miércoles, 4 de mayo de 2011

Publicistas y ambientalistas


Los publicistas y los ambientalistas tienen algo en común. Gozan de acceso privilegiado al conocimiento, las ideas y las interpretaciones de las cosas. Han podido educarse, ilustrarse, leer montañas de libros y documentos, participar en conferencias, foros y simposios, viajar, estudiar y conocer al dedillo la naturaleza del ser humano y la naturaleza de la naturaleza.

Uno podría pensar que tanto conocimiento y tanto dominio de tantas cosas debiera ir aparejado con un gran compromiso social, con la verdad y con lo mejor para el País. Pero no siempre es así.

En sociedades como la nuestra el conocimiento ha sido convertido en mercancía que se compra y se vende. Es decir, suelen comprarse y venderse personas o instituciones que poseen el conocimiento, sin importarle ni mucho ni poco las consecuencias sociales o nacionales. La responsabilidad social es sustituida por un irrefrenable egoísmo individualista y por la fascinación que provocan el enriquecimiento fácil y la “buena vida”. No hay escrúpulos, ni moral, ni principios; ni patriotismo, ni dignidad. Para ellos todo eso está pasado de moda.

Entonces, los publicistas y los ambientalistas que son comprados degeneran en gente altamente peligrosa y destructiva, manipuladora y traicionera. A billetazo limpio se dedican a hacer análisis pretendidamente científicos y a promover de la manera más engañosa y  convincente posible, lo que le ordenen quienes le pagan montañas de dinero del Pueblo. En su condición de legitimadores de lo ilegítimo y de propagandistas de la mentira, esos publicistas y ambientalistas se convierten en enemigos principales de todos nosotros.

Esos son los casos de Eduardo López Ballori/Ballori y Farré y de Yousev García/Asesores Ambientales y Educativos, Inc.

A ambos les ha encomendado el gobierno de Fortuño y el PNP la tarea indispensable de convencer al Pueblo puertorriqueño sobre las bondades del Gasoducto del Norte. Como los funcionarios gubernamentales están desacreditados, como nadie confía en esa tropa de maleantes, pagan a estos mercaderes de las ideas y el conocimiento, en un intento supremo por conquistar a una ciudadanía que está cada día más opuesta a ese peligroso e amenazante proyecto energético.

La Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) le confió a la agencia de publicidad de López Ballori, “desarrollar el plan de comunicación del proyecto”. Es decir, meternos por ojo, boca y nariz las bondades del tubo de la muerte, proyectando imágenes falseadas, manipulando  cifras y mintiendo deliberadamente. Eso nos cuesta, por lo pronto, 2.7 millones de dólares. Este sujeto, vinculado a actos de corrupción, se ha hecho rico a costa de los gobiernos del PNP. Actualmente tiene contratos con el gobierno de Fortuño por más de $29 millones.

El perfil de Yousev García, mientras tanto, es bochornosamente elocuente. No sólo su “corporación sin fines de lucro” ha obtenido contratos por más de $2 millones para dar validez científica a la atrocidad del supertubo, sino que tiene como antecedente haber sido asesor de los millonarios que han querido imponer la construcción de Dos Mares Marriot Resort, en el Corredor Ecológico del Noreste. La ciencia rastrera de García de y quienes le acompañan, es una vergüenza para los verdaderos defensores de la naturaleza y los recursos naturales en este País.  

Si hay algo decididamente imperdonable, es la prostitución de la ciencia y la naturaleza para servir intereses mezquinos, para lucrarse con ello.

Si hay algo decididamente inadmisible, es la manipulación y la mentira para tratar de convencer de sus pretendidas bondades,  sobre algo que es intrínsecamente malo y dañino.

Casos como estos trascienden lo económico, que ya es suficientemente escandaloso. Va más allá de los jugosos contratos.

Lo que provoca mayor indignación es la indecencia de fondo, el oportunismo perverso, el cinismo de quienes se venden al mejor postor, a sabiendas del daño que cometen contra el Pueblo.

Para esos ha debido Dante concebir un círculo en el infierno.    

lunes, 7 de marzo de 2011

Esta es mi opinión sobre el acto celebrado por el PPD hoy 6 de marzo de 2011 en Humacao, para anunciar la candidatura de Alejandro García Padilla a la gobernación en las elecciones de 2012:


1.Para los organizadores, ha de haber sido un acto exitoso en el sentido estrictamente partidista, mediático y coyuntural. Han de estar satisfechos por haber movilizado al “corazón del rollo” luego de la desastrosa derrota electoral de 2008, por haber captado la atención general del País, e iniciado la campaña electoral de 2012, a 20 meses de distancia.

2.Yendo a lo sustantivo—es decir, del “frosting” al bizcocho propiamente dicho, que es después de todo lo que importa o debiera importar— había quienes esperaban un mensaje trascendental del candidato, que además asume la presidencia del PPD. Los sensatos y razonables entre estos, deben sentirse frustrados y decepcionados. Para quienes no cayeron en el operativo mediático, no debe haberles sorprendido su alcance limitado.

3.La gran debilidad del discurso de Alejandro es que no hay correspondencia entre las denuncias que hace sobre la situación del País (con las cuales en términos generales podemos coincidir) y las que, según su opinión, son las causas de las mismas y las alternativas que propone.

4.El talón de Aquiles del discurso de Alejandro es que se conforma con atacar los desmanes de Fortuño y el PNP, pero a la hora de ofrecer alternativas obvia el hecho contundente e irrefutable de la condición política colonial como gran limitación. Ya lo ha dicho antes, que le ofende que llamen colonial al ELA. Por aún, nos convoca a regresar a los orígenes, evadiendo todo juicio crítico de lo que han sido las pasadas seis décadas.

5.Todos y todas coincidimos en mayor o menor medida en que la sociedad puertorriqueña se encuentra en condiciones precarias, en lo económico y lo social, en calidad de vida, desempleo, caos urbano, destrucción ambiental, juventud, violencia, drogas, etc. Muchos de nosotros coincidimos en el grado de perversión y maldad que ha distinguido a la administración Fortuño-PNP, más allá de que sean anexionistas. Podemos coincidir en que la administración Fortuño-PNP ha contribuido a precipitar la crisis económica y social que sufre el País, con la imposición de su visión neoliberal-entreguista y fascista-represiva de la sociedad. Podemos coincidir en que la violencia campea por sus respetos, que el narcotráfico se ha adueñado de Puerto Rico y que esta situación es insostenible.

6.Para mí, como para muchos y muchas, la administración Fortuño-PNP es una desgracia. Pero hay una desgracia mayor, que es el colonialismo. Es decir, la subordinación política y la falta de poderes para tomar decisiones en beneficio del pueblo sin estar sometido al tutelaje extranjero.

7.Si bien es cierto que la situación se ha agravado durante los pasados dos años, muchos de los problemas que enumeró Alejandro no surgieron con la administración Fortuño-PNP, sino mucho antes.

8.La crisis económica, la pérdida de decenas de miles de empleos, el empobrecimiento generalizado y la crónica dependencia económica; la falta de productividad, etc., forman parte del agotamiento del modelo económico del ELA, que se inició en la década de 1970. Es el modelo “Operación Manos a la Obra/Ley de incentivos industriales 1947,  y no Fortuño, el que nos ha traído hasta aquí. Ellos ciertamente han agravado en los pasados dos años lo que estuvo mal hecho desde su origen. Pero la destrucción de la agricultura y la entrega de las tierras fértiles a los mal llamados desarrolladores para que las sepultaran bajo el cemento y la brea,  comenzó a darse aceleradamente desde que el PPD tomó las riendas de la administración colonial en la década de 1940. La falta de poderes para desarrollar una industria pesquera, o para comerciar con otros países, o para utilizar una marina mercante más barata, o para producir lo que sea sin la amenaza de que los mercados sean saturados con productos extranjeros sin que podamos evitarlo, eso es el ELA, no es Fortuño y el PNP. Fortuño, que después de todo no pasa de ser un gobernador colonial del ELA, como los otros. Sólo que más perverso y destructivo.

9.El crecimiento del narcotráfico como actividad económica está en relación directa con la crisis económica del ELA y con la falta de poderes del ELA para asegurar la protección del espacio aéreo, marítimo y terrestre, en manos de los federales desde la invasión de 1898. La medicación de la droga por sí sola no es solución a ningún problema, mientras no podamos impedir que Puerto Rico siga siendo puente hacia el mercado más numeroso y lucrativo (EUA), mientras no podamos decidir quién entra y sale del País y mientras el modelo económico agotado sólo ofrezca como opción el desempleo, la emigración, el ejército o el punto.

10.La ley universitaria, retrógrada y antidemocrática que legitima los desmanes que se cometen en la UPR bajo el gobierno Fortuño/PNP, se aprobó en 1966, bajo la administración de Roberto Sánchez Vilella y el PPD. El PNP ni siquiera existía entonces. Luego, bajo el gobierno de Sila y el PPD, con el control de Cámara y Senado, tuvieron la oportunidad de crear una nueva ley, superior a la vigente, y no lo hicieron porque nunca creyeron—ni creen hasta ahora— en la democracia participativa de los universitarios. Por cierto, el prominente miembro fundador del ELA y miembro del PPD, Jaime Benítez era el presidente de la UPR en 1970, año en que fue asesinada la estudiante Antonia Martínez Lagares y en 1971, cuando la Fuerza de Choque invadió el recinto de Río Piedras, (bajo la administración Ferré-PNP) con un balance de tres muertos y decenas de heridos. El estadolibrista Benítez tuvo responsabilidad directa en la petición para que la policía invadiera la Universidad esos dos años con las trágicas consecuencias que conocemos.

11.Pretender hacer afirmación puertorriqueñista intercalando en  el discurso canciones patrióticas interpretadas por independentistas es un ejercicio fraudulento, un intento de populismo de bajo perfil que no convence a nadie. Decir que la ideología del PPD es “la gente” es un disparate que nadie entiende y que en todo caso delata el intento demagógico de pintarse defensor de los intereses de la mayoría históricamente empobrecida y maltratada por el ELA, y no sólo por Fortuño y el PNP. Invitar a quienes no son miembros del PPD a su “casa grande” así como si nada, es desconocer las profundas diferencias de análisis histórico y sobre todo de alternativas, que existen en esta sociedad nuestra y sobre todo la profunda frustración y desencanto de gran parte de la población con el ELA/PPD.

12.Lo que él y los suyos parecen no comprender a estas alturas, es que el status político no es algo separado de la economía, la calidad de vida, la salud, la educación, el ambiente y la cultura. El status político es todo eso y es la vida toda, es la manera cómo se hacen las cosas, cómo se deciden las cosas, cómo se resuelven las cosas, en una sociedad. Todas las cosas, las políticas y las no políticas, no simplemente el himno, la bandera y los días feriados; para lo cual hace falta, primero que todo, poder

13.Es evidente que la forma y manera como se han hecho las cosas durante las pasadas seis décadas ha fracasado. O sea, el ELA ha fracasado. Alejandro y sus seguidores pueden jugar a la negación, pero es así de cierto.

14.Si el PPD ganara las elecciones de 2012 habríamos salido de los perversos del PNP, pero la crisis del ELA se mantendría inalterada. Ahí es que está la clave. A la denuncia de los anexionistas-fascistas hay que acompañar la denuncia de la crisis del ELA y hay que proponer alternativas de futuro, de mejoría, de solución a problemas que deberán pasar, inexorablemente, por el reclamo de poderes para poder hacer las cosas como deben ser. Sino, ¿para qué proclamarse creyente en la asamblea constitucional de status, para dejar todo como está?

15.Alejandro y los suyos le huyen al reclamo de poderes como el diablo a la cruz. Por eso, podría triunfar en la cosa chiquita, ganar unas elecciones, pero fracasaría como gobernador, pues sería un gobernador colonial más. Eso no es lo que necesita Puerto Rico.

16.En fin, que a partir de hoy tenemos un candidato colonial más a la gobernación, físicamente joven y “hermoso” e ideológicamente viejo. Esa es la noticia trascendental del día. Nada halagador. Nada sorpresivo, en verdad.   

sábado, 5 de marzo de 2011

Han pasado 40 años de aquel 11 de marzo

A manera de introducción personal
El jueves once de marzo de1971 yo tenía 19 años. Cursaba el cuarto año en la UPR, en el Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades. Era mi primer año en el recinto de Río Piedras, luego de haber estado por tres años en el recinto de Arecibo de la UPR, desde su fundación en 1967. Allí había dirigido el capítulo de la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI), que un grupo de alumnos habíamos fundado en 1968. Ahora era miembro del Comité Ejecutivo de la FUPI de Río Piedras.

Pocos días antes, el sábado 6 de marzo, había regresado de Europa. Fui enviado por la FUPI como delegado al Décimo Congreso de la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), celebrado en Bratislava, Checoslovaquia. Acompañaba al compañero Antonio Gaztambide Géigel. Antonio tuvo que regresar a Puerto Rico a atender un caso suyo en corte, relacionado con la lucha estudiantil. Yo, mientras tanto, seguí rumbo a Helsinki,  capital de Finlandia, invitado a participar en un encuentro por el décimo aniversario de la lucha armada independentista en la entonces colonia portuguesa de Mozambique. Desde allí viajé en tren a Moscú, también correspondiendo a una invitación. De regreso, hice escalas en París y Madrid, acompañado de los dos delegados uruguayos al Congreso de la UIE. Y de allí a Puerto Rico.

Aunque a mi llegada fui detenido en el aeropuerto por agentes del FBI, pues traía en el equipaje fotos vietnamitas de la guerra que no le agradaron, no podría imaginar lo que estaba por acontecer cinco días después en la Universidad, y en el País.

Han de haber tantos recuerdos, anécdotas e interpretaciones de lo que sucedió el 11 de marzo de 1971 como protagonistas hubo de aquellos sucesos. Ofrezco a ustedes mi reflexión sobre de ese día, sus antecedentes y consecuencias.

La Policía corre para reprender a estudiantes en el Recinto de Río Piedras, marzo 1971. Imagen sustraída del libro "Puerto Rico: Grito y Mordaza" (www.80grados.net).

Situación general 

En 1971 estaba en su apogeo la guerra de Vietnam. Se imponía sobre la juventud puertorriqueña la ley del servicio militar obligatorio estadounidense. Miles de jóvenes boricuas habían sido forzados a ir a la guerra. Centenares habían muerto o resultado heridos. Centenares nos habíamos negado a ingresar a las fuerzas armadas, en abierto reto a las amenazas de los militares.

El pueblo de Vietnam no era nuestro enemigo. Era nuestro aliado, en favor de la autodeterminación e independencia. A diferencia de la visión meramente “pacifista” frecuente en el movimiento antiguerra de Estados Unidos,  nosotros no éramos “neutrales” en aquel conflicto armado, en aquella agresión de una gran potencia contra un país pequeño que simplemente reclamaba, como nosotros, su derecho a ser libre e independiente. Nosotros no queríamos únicamente que cesara la guerra. Anhelábamos que el pueblo vietnamita derrotara al imperialismo estadounidense—como lo hizo—en el campo de batalla. Esa sería—como lo fue—una victoria nuestra también.

En la Universidad de Puerto Rico había una instalación militar—Reserve Officers Training Corps o ROTC—que desde hace años era motivo de creciente controversia. Para gran parte de la comunidad universitaria resultaba incompatible el clima de paz, desarrollo del conocimiento, de la cultura y la libertad propio de un centro de estudios,  y la “cultura” de guerra, destrucción y muerte que caracterizan al ROTC.

Como fruto de la lucha antimilitarista desarrollada por el estudiantado universitario en los primeros años de la década de 1960, ingresar al ROTC había dejado de ser obligatorio para todos los alumnos de la UPR, como la había sido por décadas. Sin embargo, se mantenía dentro del recinto un fuerte militar y los cadetes militares—voluntarios— llevaban a cabo campañas de reclutamiento y realizaban marchas y entrenamientos dentro del campus.

En las elecciones generales celebradas en 1968 había triunfado el anexionista Partido Nuevo Progresista (PNP), llevando a la gobernación al rico empresario Luis A. Ferré, que encabezó un gobierno proamericano, pro guerra, antinacional y, como era de esperarse, favorable a la presencia militar en la Universidad. Ese mismo año había sido electo el “republicano” y derechista Richard Nixon como presidente de Estados Unidos; el mismo que dio continuidad a la brutal y abusiva escalada militar contra el pueblo vietnamita iniciada por su predecesor, el “demócrata” Lyndon  B. Johnson.

En septiembre de 1969 Hiram Cancio, juez de la Corte Federal estadounidense en Puerto Rico, condenó al estudiante universitario Edwin Feliciano Grafals a una hora de cárcel por negarse a ingresar al ejército. Aquella decisión significó un reconocimiento explícito de la justeza de la lucha antimilitarista que libraban nuestros jóvenes. Como secuela de esa decisión judicial, se dio un duro enfrentamiento entre estudiantes y cadetes del ROTC, y ocurrió la quema parcial del fuerte militar ubicado en la UPR.

El 4 de marzo de 1970 se suscitaron serios incidentes en la Universidad, entre cadetes del ROTC y el estudiantado. El rector Jaime Benítez solicitó la intervención policiaca. Río Piedras fue puesto en estado de sitio. Decenas de estudiantes fueron agredidos. Antonia Martínez Lagares, estudiante de Pedagogía próxima a graduarse, fue asesinada por un policía, cuando le gritaba desde el balcón de su hospedaje—en la avenida Ponce de León—que no siguiera macaneando a un estudiante.

De manera que, durante los últimos años de la década de 1960 y principios de la década de 1970 se fueron acumulando profundas contradicciones entre el estudiantado y la juventud puertorriqueña de una parte, y el gobierno, las autoridades universitarias y las agencias militares de otra parte, frente a la problemática de la guerra, el militarismo y la dominación colonial. La intolerancia y el entreguismo reiterados por las autoridades universitarias y gubernamentales anticipaban un desenlace desastroso.

Una de las versiones sobre los sucesos del 11 de marzo de 1971 indica que en la mañana de ese día se reunieron en el Centro de Estudiantes del recinto un grupo de cadetes del ROTC y algunos simpatizantes suyos con bandera de Estados Unidos en mano, a celebrar la derrota que había sufrido el boxeador afroestadounidense Muhamad Ali (Cassius Clay). Alí se había convertido en un símbolo por sus posiciones en contra de la guerra y su rechazo al reclutamiento militar. Una derrota suya en el cuadrilátero era interpretada por los defensores de la guerra y el militarismo como una victoria para ellos.

Lo cierto es que la mañana de ese día se suscitó un incidente en el Centro de Estudiantes, entre  cadetes del ROTC, “fraternos” y un grupo de estudiantes. La disputa fue creciendo; las autoridades universitarias movilizaron a la Guardia Universitaria contra los estudiantes, mientras los cadetes se refugiaban en su fuerte contiguo al Centro de Estudiantes, donde estaban apertrechados de piedras, palos e incluso armas de fuego, como quedó demostrado posteriormente.

La gota que colmó la copa fue la aparición de la Fuerza de Choque de la Policía en el recinto, solicitada por las autoridades universitarias. Decenas de miembros de ese nefasto cuerpo represivo entraron por todos los portones, disparando a mansalva y agrediendo a todo aquel que encontraran a su paso. Los miles de estudiantes dispersos en el campus intentaron protegerse de la manera que fuera, ante la inminente agresión que les venía encima de manera inmisericorde.

Entonces sucedió algo inesperado. El jefe de la Fuerza de Choque cayó herido de muerte frente al Centro de Estudiantes. Otro agente de ese cuerpo represivo fue igualmente herido de muerte cerca del edificio del entonces edificio nuevo de la facultad de Estudios Generales. Más tarde se informó que un cadete del ROTC había resultado herido en el edificio militar y posteriormente falleció. Se había desatado la violencia en todo su desenfreno.

Quienes estábamos allí en ese instante no éramos particularmente valientes. Simplemente el temor no afloró. El enfrentamiento parecía inevitable y lo asumíamos. Para muchos de nosotros tanta violencia, tanto riesgo de perder la vida o resultar agredido, era algo inédito, que probablemente no alcanzábamos a comprender en toda su intensidad. Nunca se había aparecido la muerte tan de cerca, allí tirada en la calle, personificada en alguien tan poderoso como el jefe de la temida Fuerza de Choque. Era como ahogar a Salcedo. La euforia y el elemental sentido de protección se apoderaban simultáneamente de nosotros.

Fueron tres los muertos ese día. También decenas de estudiantes heridos por los disparos la Fuerza Choque, otros tantos arrestados y molidos a golpes, en el recinto y en el cuartel de la policía de Río Piedras. El caos se apoderó de la Universidad y de todo Río Piedras. Varios establecimientos aledaños fueron incendiados. Los gases lacrimógenos provocaron una atmósfera irrespirable por doquier. Era un sálvese quien pueda.

Luego vinieron días difíciles. La UPR fue cerrada y tomada por la Policía. Se fue generando un clima de venganza por parte de sectores derechistas, incluyendo de manera prominente al exilio cubano, que por esos años era un activista de cuidado. Fueron incendiadas propiedades de independentistas, se organizaron marchas, se reclamó el escarmiento, editoriales y artículos de la prensa clamaban castigo contra el estudiantado; la histeria se había apoderado del gobierno colonial-anexionista y de los sectores más retrógradas del País. Decenas de  estudiantes fueron suspendidos sumariamente de la UPR. Las cartas de suspensión firmadas por el rector Pedro José Rivera no tardaron en llegar. Era preciso arrasar con el movimiento estudiantil y sus organizaciones. Castigarlo severamente.

Un mes después la UPR abrió sus portones, en un intento infructuoso por retornar a cierta normalidad. En realidad la intención de las autoridades universitarias y gubernamentales era imponer una nueva normalidad. El recinto estaba plagado de agentes encubiertos, cámaras y ojos electrónicos por doquier. Habían sido levantadas verjas que acorralaban los edificios de las diversas facultades. Numerosos brazos mecánicos interrumpían y controlaban el tránsito vehicular. Las oficinas de profesores y consejos de estudiantes habían sido saqueadas y destruidas por los ocupantes policiacos. Se mantenía el estado de sitio.

Pocas semanas después se celebró la graduación dentro del recinto—en la antigua pista donde hoy ubica la Facultad de Educación— sitiado por la Policía que controlaba cada pulgada. Asistió apenas el diez por ciento de los graduandos.

Sin embargo, la administración universitaria—y el Gobierno—tomaron una decisión que constituía una gran admisión de responsabilidad propia. El fuerte del ROTC dentro del recinto fue cerrado y a lo militares se les reubicó en unas facilidades situadas fuera y distantes, por la avenida José Celso Barbosa.

Allí permanecen cuarenta años después. Aunque se mantiene oficialmente, para las generaciones estudiantiles que han pasado por la UPR en estas cuatro décadas, el ROTC ha sido virtualmente inexistente. La presencia militar dentro del recinto prácticamente desapareció.

Un par de años después Estados Unidos se retiró a prisa de Vietnam, derrotado. Como quien dice, con el rabo entre las patas. En 1975 el pueblo vietnamita alcanzó la victoria definitiva e inició la añorada reunificación de su patria. Nosotros también celebramos aquella gran victoria.

Recapitulando 

¿Fue inevitable que se desatara tanta violencia para tomar decisiones tan sensatas y razonables como la desmilitarización de la Universidad? ¿Fueron inevitables las muertes ocurridas en esos años y en particular el 4 de marzo de 1970 y el 11 de marzo de 1971, para que se entendiera en alguna medida la incompatibilidad entre educación universitaria y militarismo? ¿Acaso no había otra manera de resolver estos conflictos, que evitara desembocar en lo que aconteció durante esos años?

Alguien podría advertirnos que, como quien dice, estamos pidiéndole peras al olmo. Y estaría en lo cierto.

Por eso, cuarenta años después, vemos a un gobierno y a una administración universitaria ejercer la misma intolerancia y obstinación de entonces. Por eso cuatro décadas después la Universidad ha sido ocupada por la Policía por órdenes de los anexionistas-fascistas, igual que entonces. Por eso prevalece la ausencia de democracia y participación de la comunidad universitaria, mientras impera la dictadura de un puñado de síndicos impuestos por el gobernador de turno; igual que entonces. Si antes hubo muertos y heridos que obligaran a prestar alguna atención a la grave situación existente, cuatro décadas después no faltan quienes desean ansiosos que se produzcan los muertos de la nueva-vieja situación, a ver qué sucede.

Por ventura, cuatro décadas después también hay una juventud universitaria que no es indiferente ni se resigna, sino que está dispuesta a luchar y comprometerse en favor de una Universidad y un País mejor, donde reinen el respeto y la consideración. Y un pueblo que tampoco es indiferente, que va comprendiendo y apoyando a sus jóvenes valientes y desprendidos.

En el fondo, las cosas han cambiado mucho y no han cambiado nada. Las grandes contradicciones de entonces son las de hoy. Hubiéramos deseado que fuera de otra forma, pero lamentablemente las claves son idénticas. Quizá peores. Y la necesidad de seguir luchando, la misma. Quizá mayor.

Este es mi homenaje a ese once de marzo que marcó mi existencia para siempre. Con la satisfacción de que recuerdo esos hechos cuarenta años después, sin haber renunciado ni a una pulgada de los principios e ideas que regían mi vida entonces. En todo caso, a aquellos he sumado otros tantos principios e ideas. He terminado siendo catedrático de la misma universidad de la que una vez fui expulsado. Sigo siendo el activista de siempre, con cuarenta años a mi favor. En lo personal, me siento vencedor. Eso me hace feliz. Como me hace feliz compartir con las nuevas generaciones que dan la cara por nuestro Pueblo, desenfadadamente, seriamente, gozosamente. Ellos son la esperanza del presente; la seguridad del futuro. Son la verdadera fuente de la juventud.

lunes, 14 de febrero de 2011

Por la UPR, el Colegio y el País

Ni la ocupación policiaca del recinto de Río Piedras de la UPR es un asunto estrictamente policiaco, ni la encarcelación del presidente del Colegio de Abogados, Osvaldo Toledo, es un asunto estrictamente legal. En ambos casos se trata de operativos políticos que forman parte de la agenda destructiva del gobierno Fortuño-PNP. No quieren dejar piedra sobre piedra. Pretenden arrasar con todo, particularmente con las instituciones que le resultan amenazantes a sus propósitos anexionistas; pero no sólo anexionistas.

Si decimos que Fortuño, Rodríguez Ema, Rivera Schatz y otros tantos representan la extrema derecha y los señalamos como fascistas, estamos diciendo que, más allá de querer convertir a Puerto Rico en estado de Estados Unidos, esa casta promueve con entusiasmo la visión más retrógrada del capitalismo, se goza en el ejercicio de la represión más descarnada para alcanzar sus objetivos y es absolutamente insensible de las consecuencias de sus actos. Lo mismo dejan miles de trabajadores sin empleo que aprueban leyes para destruir el patrimonio natural; lo mismo tratan de imponer proyectos energéticos destructivos al ambiente y la vida que atentan contra la cultura y la lengua.

Más allá de la cuota de 800 dólares impuesta a los estudiantes de las UPR, lo que este grupo de fascistas busca es destruir la Universidad. ¿Por qué? Porque la Universidad de Puerto Rico es uno de los centros históricos más importantes de afirmación nacional, de desarrollo cultural y de resistencia social con que cuenta el Pueblo puertorriqueño. Porque para el fascismo el conocimiento crítico, la irreverencia juvenil y el cuestionamiento radical son peligrosos y, más que peligrosos, insoportables.

Su intención es domesticar la Universidad y a los universitarios; desmantelarla; venderla a pedazos; achicarla en su alcance social-nacional. Convertirla en un productor insignificante de técnicos amaestrados, que se dediquen sin chistar a reproducir la riqueza del gran capital.

Por eso la maltratan, por eso la golpean, por eso Fortuño se va a reunir con los fascistas del partido Republicano en busca de ideas destructoras del conocimiento superior; por eso la manosean, la ocupan y la violan. Por eso no le perdonan a estudiantes, docentes y trabajadores que opongan tan tenaz resistencia y menos al Pueblo que se una en defensa de esa querida y respetada institución.

La situación del Colegio de Abogados es similar en su fondo. El Colegio es una institución que se fundó hace 170 años. Posee un historial distinguido en defensa de los mejores intereses del Pueblo puertorriqueño. Es una de esas organizaciones que ha trascendido su condición de representante de un grupo, para transformarse en representante de los intereses de todo un pueblo. En más de un sentido todos y todas somos colegiados.
           
El primer zarpazo contra el Colegio fue la descolegiación compulsoria. Los fascistas quisieron rendirlo por hambre. La respuesta fue que miles de abogados se colegiaron voluntariamente, haciendo del Colegio una institución más libre y comprometida. Pero la maldad no tiene límites; y aparecieron unos abogados traicioneros que, en complicidad con la corte federal yanqui, han lanzado otra estocada perversa. Quieren borrar al Colegio de Abogados.

No exageramos si afirmamos que estamos en guerra. Más bien, que nos hacen la guerra y nos vemos obligados a defendernos. Es lo que estamos haciendo en la Universidad de Puerto Rico y en el Colegio de Abogados. También es lo que estamos haciendo en el Corredor del Noreste y ante la amenaza del tubo de la muerte y los incineradores de basura. (Eso quisieran ellos, reducir al País a la categoría de incinerador en el que se quemen todas las ideas, todas las aspiraciones, nuestra historia y nuestro ser nacional.)

No nos dejan otra opción que la resistencia tenaz, atrevida y valiente. Que lo sepan los fascistas, que aquí no se rinde nadie. Que somos muy conscientes del valor que tienen para esta sociedad la Universidad, el Colegio y nuestro territorio nacional. Que sabemos muy bien lo malos y perversos que son. Que vamos a utilizar todo cuanto tengamos a nuestro alcance para detenerlos y vencerlos.

Es lo menos que podemos hacer, si queremos sobrevivir, si queremos prevalecer, si creemos en el Puerto Rico del porvenir.    


lunes, 31 de enero de 2011

Los jóvenes no pidieron nacer en esta sociedad deteriorada

Vivimos un momento de la historia de nuestra Nación que reclama el diálogo más profundo y comprometido, en sus más diversas formas y posibilidades, en justa correspondencia  con la gravedad de los problemas sociales y humanos que enfrenta nuestro Pueblo de manera creciente y desde hace muchos años.
   
Dialogar implica intercambiar ideas y opiniones. Supone un ejercicio vital, en el que se escucha y se es escuchado con atención y respeto; significa debate y controversia y a la vez reconocimiento y rectificación. Nos debe llevar a ceder y a conceder y asimismo a aplicar el rigor más severo, la profundidad más radical y el mayor sentido posible de responsabilidad social.
   
El diálogo, si es honesto y transparente, desprendido y comprometido, deberá conducirnos a generar voluntad individual y colectiva de cambio y superación y será un estímulo inescapable a la lucha por una sociedad superior.
   
Cualquier análisis que aspire a interpretar eso que denominamos aquí “situación sociomoral de Puerto Rico”, estará obligado a reconocer primero que todo que el desgaste y deterioro ético y moral que padece la sociedad puertorriqueña es consecuencia directa de un proceso complejo y contradictorio de transformaciones económicas, decisiones y condiciones políticas y cambios desenfrenados ocurridos en la vida de nuestro Pueblo, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo veinte y hasta nuestros días, que ha impactado profundamente la razón existencial misma de Puerto Rico y los puertorriqueños.
   
Hay en todo esto una paradoja, que no debe pasar inadvertida: la modernidad, la tecnología, el pretendido primermundismo coexistente con la dependencia colonial y la ausencia de desarrollo verdadero, el urbanismo timoneado por los mal llamados desarrollistas que aspiran a forrar de cemento cada palmo de nuestra tierra, y la así llamada industrialización del país iniciada en las postrimerías de la década de 1940, todo ello y a pesar de lo que algunos argumenten, no nos ha conducido a la felicidad individual y colectiva.
   
Todo lo contrario. Más de cincuenta años después de que, por así decirlo, se pusiera la primera piedra del proceso que nos ha avasallado en lo político, económico, demográfico, cultural y social—Ley de Incentivos Industriales de 1947, Operación Manos a la Obra, ELA, emigración masiva— tenemos que reconocer que la modernidad que nos ha apantallado como si se tratara de las cuentas de colores que ofrecían los conquistadores europeos a los primeros pobladores de estas tierras, nos ha ido llevando a uno o más callejones sin salida.
   
Ha surgido una sociedad en la que los seres humanos valemos principalmente por los bienes materiales que poseemos—o de los que carecemos— y no por lo que somos o por lo que sabemos o sentimos; que ha elevado el consumismo a niveles de vicio crónico y desenfrenado; que ha sustituido la ética del trabajo por la ética de la vagancia, el oportunismo y la dependencia cuponera; que ha hecho de la violencia y la agresividad valores que estimulan a grandes y chicos y formas de comportamiento y de relación social normales y cotidianas, no obstante el desgarramiento social y humano que generan.
   
Es ésta una sociedad que ha dado rienda suelta al individualismo feroz y a la indiferencia, un individualismo que en la modernidad del automóvil y la computadora conduce a la más descarnada soledad; en la que el conocimiento y el desarrollo cultural han sido degradados al nivel de artículo opcional, siendo sustituidos por la frivolidad y la chabacanería. Una sociedad que nos ha ido conduciendo a la obesidad del cuerpo y la flaqueza del espíritu; en cuyos hogares se amontonan los enseres eléctricos o cibernéticos más sofisticados y deslumbrantes, pero no nos atrevemos a salir a la calle por miedo a que nos maten.

Es una sociedad sin norte definido, que ha sido educada en la idea falaz de que la seguridad, la felicidad y la prosperidad vienen del Norte. Es una sociedad en la que van ocupando un espacio cada vez mayor la intolerancia y la mano dura contra todo y en la que la amistad y la solidaridad van siendo conceptos folclóricos y pasados de moda.

Es una sociedad que en su materialismo vulgar y parasitario y en su individualismo insoportable se siente fuerte y poderosa, siendo en realidad patéticamente débil y vulnerable.

Claro—y es justo decirlo—esta es una sociedad en la que a la misma vez encontramos en gran parte de la población un extraordinario nivel de sensibilidad y una profunda preocupación e interés por buscar y encontrar rutas nuevas que nos conduzcan a condiciones más alentadoras.  Ese reclamo sordo está ahí, a veces imperceptible, pero siempre ahí, esperando ansioso un oído receptivo, una mano dispuesta a forjar porvenires distintos.

De manera que no podemos hacer esta reflexión desde una perspectiva fatalista e impotente, como si no hubiera remedio para nada, sino más bien desde la perspectiva de quien enjuicia en toda su crudeza la realidad existente, precisamente porque aspira a transformarla y a forjar una sociedad superior.

Pero es que además, no podemos darle el gusto de prevalecer a los fatalistas, a los promotores del caos y la infelicidad, a quienes pretenden manipularnos desde una impotencia impuesta, a quienes se obstinan en convencernos que no hay más futuro que el desfiladero.

Es por eso que estamos aquí, hoy.

En ese panorama general, los jóvenes puertorriqueños son el blanco preferido de quienes no pueden o no quieren comprender las causas profundas de la precaria situación ética y moral que atraviesa nuestra sociedad. Se vuelca sobre ellos y ellas todo tipo de acusación y estigma. Es como si cargaran con la cruz de Caín sobre la frente. Para muchos, ser joven es un delito. Son la víctima predilecta de la mano dura y la intolerancia institucional y social.

Quienes ven en los jóvenes el origen de todos los males olvidan que estos, que son nuestros hijos e hijas, nietos o sobrinos, no pidieron ni eligieron nacer en esta sociedad deteriorada. Han llegado aquí, por voluntad, por capricho o incluso contra el deseo de sus mayores cuando—después de todo—el desasosiego y la infelicidad campean hace tiempo a su antojo por todo el País.

Han llegado a esta sociedad cargada de conflictos y contradicciones, víctima de una inversión o ausencia progresiva de valores, en la que el humanismo y el amor y respeto por la vida, la naturaleza y el prójimo van siendo frases desgastadas que sólo parecen tener cabida los primeros dos o tres días después del paso de un huracán devastador o cuando una tragedia mayor nos ha golpeado.

A los jóvenes se les señala porque son improductivos, es decir, porque no generan riquezas—para otros—; porque al ser adolescentes adolecen o carecen de demasiadas cosas; por rebeldes, por resistir la domesticación; por reclamar un espacio propio para el presente, no para el futuro incierto. Se les dice que son inmaduros e incapaces y cuando se les ofrece ser la esperanza del futuro, se hace con toda la premeditación de que lleguen a la adultez, es decir al futuro, como seres inofensivos, con las alas recortadas y la voluntad castrada.

Se les criminaliza si desertan de escuelas aburridas en la que la educación no parece ofrecer seguridad existencial ni social alguna, siendo la verdadera desertora esa institución que va estando ajena a la vida real de niños y adolescentes para quienes la existencia es sobre todo incertidumbre.

Se les criminaliza si se vinculan al punto de drogas, que después de todo les ofrece a  muchos jóvenes más seguridad económica que la estructura económica legal, la misma que deja desempleados a más del cincuenta por ciento de los jóvenes entre 16 y 24 años, según cifras del Departamento del Trabajo.

Se les criminaliza si se empeñan en forjar su propia ética y su propia moral, si se colocan una pantalla aquí o allá, si se dejan el pelo largo o se colocan un tatuaje en alguna parte del cuerpo.

Se les criminaliza por ser honestos, porque se resisten a madurar a la manera hipócrita y reduccionista de sus mayores, porque se obstinan en ser seres humanos y no autómatas, por su alegría, desenfado e irreverencia.

Les ha tocado nacer, crecer y vivir en una sociedad que marcha galopantemente hacia la deshumanización en sus rasgos más esenciales. A muchos les ha tocado optar por la drogadicción, el alcoholismo o simplemente el desenchufe emocional y vital con una sociedad que no les llena sus expectativas y reclamos. Otros abandonan el País, ingresan a las fuerzas armadas o simplemente van viendo la vida pasar desde el banco de alguna plaza pública.

No son victimarios. Son las víctimas principales en el plano económico, educativo, social y existencial. Si quienes colman las prisiones por miles no llegan en promedio a los treinta años de edad; si la mayoría de quienes asesinan o son asesinados son adolescentes o jóvenes adultos; si buena parte de los usuarios a las drogas o al alcohol son desde casi niños hasta adolescentes o jóvenes adultos; si en gran medida son niños o jóvenes los llamados desertores escolares, los asaltantes y los desempleados, no les culpemos por ser jóvenes, no volquemos sobre ellos y ellas la violencia institucional, ni les estigmaticemos.

Reflexionemos por un instante cuánto tiene que ver con todo esto la pobreza material de muchos, la ausencia de un proyecto nacional que cuente con todos y a todos los considere valiosos; cuánto tiene que ver los modelos y los esquemas valorativos vacíos como fuegos fatuos, que son proyectados hasta el cansancio como el ideal de vida en la modernidad.

Pensemos y reconozcamos en qué medida es el orden social, económico y político vigente y su ética y moral espúreas y cargadas de hipocresía, lo que ha fallado y lo que requiere de una transformación urgente, profunda y radical.

¿No serán acaso los jóvenes, esos mismos a quienes tanto se criminaliza, portadores de la semilla de una ética y una moral superior, en la medida en que son proponentes potenciales o dinámicos de una sociedad superior? En lugar de achacarles la responsabilidad y la culpa por todos los males de la sociedad, ¿no resultaría más sensato y provechoso dialogar con los jóvenes, escucharles, tomar en serio sus propuestas e ideas, incluso contagiarnos de su franqueza, transparencias desenfado e irreverencia?

La experiencia que he tenido con mis hijos, con mis alumnos universitarios, con los jóvenes de la organización política a la que pertenezco y con otros con quienes he compartido en diversos escenarios de lucha social, es muy alentadora y esperanzadora. No puede menos que estimularme ver las multitudes juveniles que juntan sus alegrías y pasiones, bandera en mano, en algún acto musical o cultural.

Me provoca fascinación la manera en que esos jóvenes de hoy se han apropiado del rock, género musical que hace dos o tres décadas era símbolo de agresión cultural, y lo han transformado en un vehículo extraordinario de comunicación de masas, a través del cual nos hacen saber lo que piensan y opinan sobre tantos asuntos importantes. O cómo han creado otras formas musicales a ratos indescifrables para los adultos, otra lírica, otras maneras de moverse e interactuar, de hablar y de comunicarse cibernéticamente, en un afán incansable por ganar autenticidad, por asegurar un espacio propio en la sociedad.

Nuestros jóvenes están deseosos de dialogar también. Están necesitados de dialogar. Pero no para que se les regañe; no para que se les descalifique o para que nos burlemos o reprobemos sus ideas y sentimientos. Nuestros jóvenes, muchos de ellos, quieren ser la esperanza del futuro, pero se saben esperanza del presente y es en el presente que reclaman un espacio, por así decirlo, con voz y voto. Lo que les pueda faltar en experiencias concretas les sobra en buena voluntad, en honestidad y compromiso. Lo hemos podido constatar en la lucha por la paz en Vieques, en la defensa tenaz del ambiente y los recursos naturales, en su presencia combativa en luchas estudiantiles y comunales, en sus éxitos deportivos y culturales, En fin, en numerosos escenarios y situaciones.

Lo que nuestros jóvenes están pidiendo no son medidas demagógicas, como el cambio de edad para ser apto a tal o cual cargo político, o para poder tomarse una cerveza “legalmente”.

No es un asunto de cronología, de almanaques o de edades relativas. Se trata del tipo de sociedad que han producido unos que alguna vez fueron jóvenes, que sin duda produjo cambios trascendentales en nuestras vidas como Pueblo, pero que ya da señales inequívocas de su inutilidad. Se trata, después de todo, de reflexionar sobre la necesidad de transformar un estado de cosas progresivamente antiético e inmoral que afecta, no sólo a nuestros jóvenes, sino a la generalidad de los habitantes de esta tierra. En ese esfuerzo, nuestros jóvenes tienen mucho que decir y aportar.

Para que eso pueda suceder, tiene que darse un profundo proceso democratizador en las relaciones entre todos los seres humanos que conformamos este Pueblo. La democracia participativa y directa verdadera tiene que ser práctica cotidiana en la familia, en la escuela, en la universidad, en la comunidad, en el centro de trabajo y en cada lugar.

No nos llamemos a engaños. Una ética y una moral superiores y plenas serán posibles sólo como resultado de una transformación a fondo de este modelo social, que desde hace demasiado tiempo se muestra incapaz de ofrecer otra cosa que lo que conocemos y que tanto nos decepciona.

El primer gran paso de esa ética y esa moral superiores consiste precisamente en reconocer la naturaleza del presente y sus causas, y la posibilidad de un futuro diferente. Vamos forjando este esquema de valores de alto contenido humano, al ir construyendo la nueva sociedad.

Esa nueva ética y esa nueva moral, de la cual muchos de nuestros jóvenes son abanderados, a pesar de lo que algunos puedan pensar u opinar, deberá estar fundada en la solidaridad y la democracia participativa, en el estudio y el trabajo, en la fraternidad, en el amor a la vida y al conocimiento, en la voluntad de construir y producir para beneficio de todos y muy en especial, será una manifestación de libertad en el sentido más alto de la palabra

Así que, no sólo es injusto lanzar sobre nuestra juventud la responsabilidad del deterioro ético y moral que prevalece en esta sociedad decadente al comenzar el siglo veintiuno, sino que en todo caso debemos contar con los jóvenes como protagonistas principales en cualquier intento serio por transformar esta sociedad y elevar la calidad de vida en general; y quién sabe si ello acaso, deba estar precedido por una disculpa de los mayores por la sociedad tal maleada que le están entregando.

Reconozcamos, finalmente, que más allá del grado de responsabilidad real o ficticia que se asigne a un sector o grupo social, ética y moral no son sino manifestaciones de tipos determinados de ordenamientos sociales. La ética, la moral y los principios no surgen por generación espontánea, sino que sintetizan valores predominantes en una u otra sociedad. El deterioro ético y moral, por lo tanto, es fiel reflejo del deterioro social general.

Falta ver aún con cuánta voluntad contamos, cuánta es nuestra disposición para agarrar el toro por los cuernos, cuán dispuestos estamos a no conformarnos con la denuncia superficial. La crítica al deterioro moral y ético puede ser, después de todo, una tarea poco complicada. Lo complejo, lo que es una prueba de fuego, es lanzarse a la lucha por la transformación social que genere una ética y una moral superiores.

Seamos jóvenes, rejuvenezcamos nuestro pensamiento y nuestra acción. Disipemos las brechas generacionales que nos fragmentan y distancian. Si a alguien hubiera que criminalizar, criminalicemos a un modelo social que da muestras claras de decadencia e incapacidad. Forjemos todos y todas, más allá de diferencias generacionales y de otro tipo, esa nueva ética y moral, que es como decir ese nuevo País, esa nueva Nación.

*Versión revisada (2010) de la ponencia presentada originalmente el 19 de febrero de 1999, en el “Segundo Diálogo sobre la situación sociomoral en Puerto Rico”, auspiciado por la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano. Mantiene una gran vigencia en la actualidad.

¿Es el narcotráfico un problema político?

¿Es el narcotráfico un problema político?

Para muchos el narcotráfico es principalmente un problema policiaco. Otros reconocen que es una situación con profundas raíces económicas y sociales. Hay quienes insisten en consideraciones morales, éticas o religiosas.

¿Se tratará también de un problema político? Veamos.

En Puerto Rico no se produce cocaína ni heroína. Son muy pocos los sembradíos de marihuana y ha de haber uno que otro laboratorio para producir drogas “químicas”. En general la droga en Puerto Rico es un “producto de importación”. (Al igual las armas, que llegan por miles cada año.)

El narcotráfico en Puerto Rico se da en dos dimensiones complementarias: para consumo interno y como peaje hacia otro país. El grueso de la droga que llega acá tiene como destino final el mercado de 40 a 50 millones de usuarios en Estados Unidos (el mercado más numeroso del mundo).

Dice la Policía que sólo un 15 por ciento de la droga se queda aquí para satisfacer la clientela puertorriqueña, compuesta por decenas de miles de personas. Del otro 85 por ciento, apenas el 15 por ciento es ocupado por la Policía y el restante 70 por ciento sigue rumbo al Norte.

Los narcotraficantes de América del Sur han identificado a Puerto Rico como una ruta segura de su producto hacia el mercado estadounidense. Han leído libros de historia y conocen la relación política y legal de nuestro País con Estados Unidos. Saben que una vez situada la droga en nuestro territorio (“Puerto Rico, USA”), lo demás es relativamente fácil.

Mientras tanto, el espacio aéreo, marítimo y terrestre de Puerto Rico está bajo el control absoluto de las autoridades estadounidenses. Ellos deciden qué entra, quién entra, qué sale y quién sale de Puerto Rico. Controlan puertos y aeropuertos. El Pueblo puertorriqueño carece de absolutamente de poderes para proteger su espacio aéreo, marítimo y terrestre.

La Policía interviene con el narcotráfico cuando la droga ha entrado al País.
La responsabilidad primaria de que drogas y armas entren a Puerto Rico es de los Federales. Han demostrado su incompetencia por décadas. Son eficientes a la hora de atrapar dominicanos “ilegales”. Pero el 85 por ciento de la droga enviada por los narcotraficantes llega, entra y sale impunemente.

Podríamos preguntarnos: Si la relación política de Puerto Rico con Estados Unidos fuera una entre países soberanos y no de subordinación colonial, ¿no desalentaría eso el uso de nuestro País como ruta hacia el mercado de la droga en el Norte? Y si fuéramos nosotros quienes custodiáramos nuestro espacio aéreo, marítimo y terrestre, ¿no seríamos más eficientes que los federales, por aquello de que nadie cuida mejor su casa que el dueño de ésta?

¿Hay o no hay una razón política en el problema del narcotráfico? Evidentemente que sí. La que provoca la condición colonial prevaleciente. Ésta se une a las otras razones mencionadas arriba y permite comprender mucho mejor la naturaleza real del problema que nos aqueja.

¿Qué le parece?  

Los asesinatos 18 años después

En enero de 1993 hubo en Puerto Rico 104 asesinatos.

Pedro Rosselló González había juramentado como gobernador, tras la victoria electoral del PNP en noviembre de 1992.
 
La reacción del gobernador entrante fue convocar a una sesión extraordinaria de la Asamblea Legislativa para considerar la seria situación y ofrecer soluciones. Dicha sesión se llevó a cabo el 11 de febrero de 1993.

Allí Rosselló ofreció a la Legislatura y al País su propuesta de “mano dura contra el crimen”, o sea, la visión policiaca del enfrentamiento a la violencia y el crimen.

Entre las medidas propuestas por Rosselló estaba la activación de la Guardia Nacional, armar hasta los dientes a la Policía, la aprobación de leyes más punitivas, la construcción de más prisiones, la celebración de un referéndum para eliminar el derecho absoluto a la fianza y aumentar el número de jueces en el Tribunal Supremo y una virtual declaración de guerra al “criminal”.

Se activó la Guardia Nacional, se requetearmó a la Policía, se construyeron nuevas prisiones, se aprobaron leyes más duras, se realizó el referéndum y lo perdió y estamos en guerra desde entonces.
Han pasado 18 años desde entonces.

En enero de 2011 hubo 110 asesinatos.

Luis Fortuño y el PNP controlan el Gobierno. Son fieles creyentes de la política de mano dura. Defienden la visión policiaca con gran vehemencia. Son fieles seguidores de lo expresado por Rosselló en su discurso del 11 de febrero de 1993.

La Guardia Nacional está movilizada y acompaña a miembros de la Policía hasta para dar un boleto de tránsito. La Policía está armada hasta los dientes. Realiza acciones conjuntas con el FBI, la DEA y el Homeland Security. El PNP controla el Tribunal Supremo.

Muchos de quienes asesinan o quienes son asesinados no habían nacido en 1993, acababan de nacer, o apenas aprendían a caminar.

¿Qué no se ha hecho, o que se ha hecho mal de 1993 a enero de 2011, que nos seguimos matando los unos a los otros—no sólo los de los puntos sino cualquiera de nosotros—?

¿No será que desde un principio se ha aplicado la medicina equivocada, esa que llaman política de mano dura, pues estamos ante un problema que no es meramente policiaco sino profundamente social, económico y humano?

¿No es hora ya de que el Gobierno reconozca la naturaleza real—compleja y diversa— de este problema que nos golpea a todos y todas, y se disponga a asumir la responsabilidad que le corresponde?

¿O se conformarán Fortuño y el PNP con convocar nuevamente a una sesión extraordinaria de la Legislatura?

Por cierto, el número de personas asesinadas entre 1993 y 2010—los años de la “política de mano dura” de Rosselló y Fortuño y del “castigo seguro” de Aníbal—asciende a por lo menos 14,353, según cifras oficiales de la Policía. Las cifras más elevadas son precisamente 1993 (954), 1994 (995) y 2010 (987).