lunes, 31 de enero de 2011

Los jóvenes no pidieron nacer en esta sociedad deteriorada

Vivimos un momento de la historia de nuestra Nación que reclama el diálogo más profundo y comprometido, en sus más diversas formas y posibilidades, en justa correspondencia  con la gravedad de los problemas sociales y humanos que enfrenta nuestro Pueblo de manera creciente y desde hace muchos años.
   
Dialogar implica intercambiar ideas y opiniones. Supone un ejercicio vital, en el que se escucha y se es escuchado con atención y respeto; significa debate y controversia y a la vez reconocimiento y rectificación. Nos debe llevar a ceder y a conceder y asimismo a aplicar el rigor más severo, la profundidad más radical y el mayor sentido posible de responsabilidad social.
   
El diálogo, si es honesto y transparente, desprendido y comprometido, deberá conducirnos a generar voluntad individual y colectiva de cambio y superación y será un estímulo inescapable a la lucha por una sociedad superior.
   
Cualquier análisis que aspire a interpretar eso que denominamos aquí “situación sociomoral de Puerto Rico”, estará obligado a reconocer primero que todo que el desgaste y deterioro ético y moral que padece la sociedad puertorriqueña es consecuencia directa de un proceso complejo y contradictorio de transformaciones económicas, decisiones y condiciones políticas y cambios desenfrenados ocurridos en la vida de nuestro Pueblo, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo veinte y hasta nuestros días, que ha impactado profundamente la razón existencial misma de Puerto Rico y los puertorriqueños.
   
Hay en todo esto una paradoja, que no debe pasar inadvertida: la modernidad, la tecnología, el pretendido primermundismo coexistente con la dependencia colonial y la ausencia de desarrollo verdadero, el urbanismo timoneado por los mal llamados desarrollistas que aspiran a forrar de cemento cada palmo de nuestra tierra, y la así llamada industrialización del país iniciada en las postrimerías de la década de 1940, todo ello y a pesar de lo que algunos argumenten, no nos ha conducido a la felicidad individual y colectiva.
   
Todo lo contrario. Más de cincuenta años después de que, por así decirlo, se pusiera la primera piedra del proceso que nos ha avasallado en lo político, económico, demográfico, cultural y social—Ley de Incentivos Industriales de 1947, Operación Manos a la Obra, ELA, emigración masiva— tenemos que reconocer que la modernidad que nos ha apantallado como si se tratara de las cuentas de colores que ofrecían los conquistadores europeos a los primeros pobladores de estas tierras, nos ha ido llevando a uno o más callejones sin salida.
   
Ha surgido una sociedad en la que los seres humanos valemos principalmente por los bienes materiales que poseemos—o de los que carecemos— y no por lo que somos o por lo que sabemos o sentimos; que ha elevado el consumismo a niveles de vicio crónico y desenfrenado; que ha sustituido la ética del trabajo por la ética de la vagancia, el oportunismo y la dependencia cuponera; que ha hecho de la violencia y la agresividad valores que estimulan a grandes y chicos y formas de comportamiento y de relación social normales y cotidianas, no obstante el desgarramiento social y humano que generan.
   
Es ésta una sociedad que ha dado rienda suelta al individualismo feroz y a la indiferencia, un individualismo que en la modernidad del automóvil y la computadora conduce a la más descarnada soledad; en la que el conocimiento y el desarrollo cultural han sido degradados al nivel de artículo opcional, siendo sustituidos por la frivolidad y la chabacanería. Una sociedad que nos ha ido conduciendo a la obesidad del cuerpo y la flaqueza del espíritu; en cuyos hogares se amontonan los enseres eléctricos o cibernéticos más sofisticados y deslumbrantes, pero no nos atrevemos a salir a la calle por miedo a que nos maten.

Es una sociedad sin norte definido, que ha sido educada en la idea falaz de que la seguridad, la felicidad y la prosperidad vienen del Norte. Es una sociedad en la que van ocupando un espacio cada vez mayor la intolerancia y la mano dura contra todo y en la que la amistad y la solidaridad van siendo conceptos folclóricos y pasados de moda.

Es una sociedad que en su materialismo vulgar y parasitario y en su individualismo insoportable se siente fuerte y poderosa, siendo en realidad patéticamente débil y vulnerable.

Claro—y es justo decirlo—esta es una sociedad en la que a la misma vez encontramos en gran parte de la población un extraordinario nivel de sensibilidad y una profunda preocupación e interés por buscar y encontrar rutas nuevas que nos conduzcan a condiciones más alentadoras.  Ese reclamo sordo está ahí, a veces imperceptible, pero siempre ahí, esperando ansioso un oído receptivo, una mano dispuesta a forjar porvenires distintos.

De manera que no podemos hacer esta reflexión desde una perspectiva fatalista e impotente, como si no hubiera remedio para nada, sino más bien desde la perspectiva de quien enjuicia en toda su crudeza la realidad existente, precisamente porque aspira a transformarla y a forjar una sociedad superior.

Pero es que además, no podemos darle el gusto de prevalecer a los fatalistas, a los promotores del caos y la infelicidad, a quienes pretenden manipularnos desde una impotencia impuesta, a quienes se obstinan en convencernos que no hay más futuro que el desfiladero.

Es por eso que estamos aquí, hoy.

En ese panorama general, los jóvenes puertorriqueños son el blanco preferido de quienes no pueden o no quieren comprender las causas profundas de la precaria situación ética y moral que atraviesa nuestra sociedad. Se vuelca sobre ellos y ellas todo tipo de acusación y estigma. Es como si cargaran con la cruz de Caín sobre la frente. Para muchos, ser joven es un delito. Son la víctima predilecta de la mano dura y la intolerancia institucional y social.

Quienes ven en los jóvenes el origen de todos los males olvidan que estos, que son nuestros hijos e hijas, nietos o sobrinos, no pidieron ni eligieron nacer en esta sociedad deteriorada. Han llegado aquí, por voluntad, por capricho o incluso contra el deseo de sus mayores cuando—después de todo—el desasosiego y la infelicidad campean hace tiempo a su antojo por todo el País.

Han llegado a esta sociedad cargada de conflictos y contradicciones, víctima de una inversión o ausencia progresiva de valores, en la que el humanismo y el amor y respeto por la vida, la naturaleza y el prójimo van siendo frases desgastadas que sólo parecen tener cabida los primeros dos o tres días después del paso de un huracán devastador o cuando una tragedia mayor nos ha golpeado.

A los jóvenes se les señala porque son improductivos, es decir, porque no generan riquezas—para otros—; porque al ser adolescentes adolecen o carecen de demasiadas cosas; por rebeldes, por resistir la domesticación; por reclamar un espacio propio para el presente, no para el futuro incierto. Se les dice que son inmaduros e incapaces y cuando se les ofrece ser la esperanza del futuro, se hace con toda la premeditación de que lleguen a la adultez, es decir al futuro, como seres inofensivos, con las alas recortadas y la voluntad castrada.

Se les criminaliza si desertan de escuelas aburridas en la que la educación no parece ofrecer seguridad existencial ni social alguna, siendo la verdadera desertora esa institución que va estando ajena a la vida real de niños y adolescentes para quienes la existencia es sobre todo incertidumbre.

Se les criminaliza si se vinculan al punto de drogas, que después de todo les ofrece a  muchos jóvenes más seguridad económica que la estructura económica legal, la misma que deja desempleados a más del cincuenta por ciento de los jóvenes entre 16 y 24 años, según cifras del Departamento del Trabajo.

Se les criminaliza si se empeñan en forjar su propia ética y su propia moral, si se colocan una pantalla aquí o allá, si se dejan el pelo largo o se colocan un tatuaje en alguna parte del cuerpo.

Se les criminaliza por ser honestos, porque se resisten a madurar a la manera hipócrita y reduccionista de sus mayores, porque se obstinan en ser seres humanos y no autómatas, por su alegría, desenfado e irreverencia.

Les ha tocado nacer, crecer y vivir en una sociedad que marcha galopantemente hacia la deshumanización en sus rasgos más esenciales. A muchos les ha tocado optar por la drogadicción, el alcoholismo o simplemente el desenchufe emocional y vital con una sociedad que no les llena sus expectativas y reclamos. Otros abandonan el País, ingresan a las fuerzas armadas o simplemente van viendo la vida pasar desde el banco de alguna plaza pública.

No son victimarios. Son las víctimas principales en el plano económico, educativo, social y existencial. Si quienes colman las prisiones por miles no llegan en promedio a los treinta años de edad; si la mayoría de quienes asesinan o son asesinados son adolescentes o jóvenes adultos; si buena parte de los usuarios a las drogas o al alcohol son desde casi niños hasta adolescentes o jóvenes adultos; si en gran medida son niños o jóvenes los llamados desertores escolares, los asaltantes y los desempleados, no les culpemos por ser jóvenes, no volquemos sobre ellos y ellas la violencia institucional, ni les estigmaticemos.

Reflexionemos por un instante cuánto tiene que ver con todo esto la pobreza material de muchos, la ausencia de un proyecto nacional que cuente con todos y a todos los considere valiosos; cuánto tiene que ver los modelos y los esquemas valorativos vacíos como fuegos fatuos, que son proyectados hasta el cansancio como el ideal de vida en la modernidad.

Pensemos y reconozcamos en qué medida es el orden social, económico y político vigente y su ética y moral espúreas y cargadas de hipocresía, lo que ha fallado y lo que requiere de una transformación urgente, profunda y radical.

¿No serán acaso los jóvenes, esos mismos a quienes tanto se criminaliza, portadores de la semilla de una ética y una moral superior, en la medida en que son proponentes potenciales o dinámicos de una sociedad superior? En lugar de achacarles la responsabilidad y la culpa por todos los males de la sociedad, ¿no resultaría más sensato y provechoso dialogar con los jóvenes, escucharles, tomar en serio sus propuestas e ideas, incluso contagiarnos de su franqueza, transparencias desenfado e irreverencia?

La experiencia que he tenido con mis hijos, con mis alumnos universitarios, con los jóvenes de la organización política a la que pertenezco y con otros con quienes he compartido en diversos escenarios de lucha social, es muy alentadora y esperanzadora. No puede menos que estimularme ver las multitudes juveniles que juntan sus alegrías y pasiones, bandera en mano, en algún acto musical o cultural.

Me provoca fascinación la manera en que esos jóvenes de hoy se han apropiado del rock, género musical que hace dos o tres décadas era símbolo de agresión cultural, y lo han transformado en un vehículo extraordinario de comunicación de masas, a través del cual nos hacen saber lo que piensan y opinan sobre tantos asuntos importantes. O cómo han creado otras formas musicales a ratos indescifrables para los adultos, otra lírica, otras maneras de moverse e interactuar, de hablar y de comunicarse cibernéticamente, en un afán incansable por ganar autenticidad, por asegurar un espacio propio en la sociedad.

Nuestros jóvenes están deseosos de dialogar también. Están necesitados de dialogar. Pero no para que se les regañe; no para que se les descalifique o para que nos burlemos o reprobemos sus ideas y sentimientos. Nuestros jóvenes, muchos de ellos, quieren ser la esperanza del futuro, pero se saben esperanza del presente y es en el presente que reclaman un espacio, por así decirlo, con voz y voto. Lo que les pueda faltar en experiencias concretas les sobra en buena voluntad, en honestidad y compromiso. Lo hemos podido constatar en la lucha por la paz en Vieques, en la defensa tenaz del ambiente y los recursos naturales, en su presencia combativa en luchas estudiantiles y comunales, en sus éxitos deportivos y culturales, En fin, en numerosos escenarios y situaciones.

Lo que nuestros jóvenes están pidiendo no son medidas demagógicas, como el cambio de edad para ser apto a tal o cual cargo político, o para poder tomarse una cerveza “legalmente”.

No es un asunto de cronología, de almanaques o de edades relativas. Se trata del tipo de sociedad que han producido unos que alguna vez fueron jóvenes, que sin duda produjo cambios trascendentales en nuestras vidas como Pueblo, pero que ya da señales inequívocas de su inutilidad. Se trata, después de todo, de reflexionar sobre la necesidad de transformar un estado de cosas progresivamente antiético e inmoral que afecta, no sólo a nuestros jóvenes, sino a la generalidad de los habitantes de esta tierra. En ese esfuerzo, nuestros jóvenes tienen mucho que decir y aportar.

Para que eso pueda suceder, tiene que darse un profundo proceso democratizador en las relaciones entre todos los seres humanos que conformamos este Pueblo. La democracia participativa y directa verdadera tiene que ser práctica cotidiana en la familia, en la escuela, en la universidad, en la comunidad, en el centro de trabajo y en cada lugar.

No nos llamemos a engaños. Una ética y una moral superiores y plenas serán posibles sólo como resultado de una transformación a fondo de este modelo social, que desde hace demasiado tiempo se muestra incapaz de ofrecer otra cosa que lo que conocemos y que tanto nos decepciona.

El primer gran paso de esa ética y esa moral superiores consiste precisamente en reconocer la naturaleza del presente y sus causas, y la posibilidad de un futuro diferente. Vamos forjando este esquema de valores de alto contenido humano, al ir construyendo la nueva sociedad.

Esa nueva ética y esa nueva moral, de la cual muchos de nuestros jóvenes son abanderados, a pesar de lo que algunos puedan pensar u opinar, deberá estar fundada en la solidaridad y la democracia participativa, en el estudio y el trabajo, en la fraternidad, en el amor a la vida y al conocimiento, en la voluntad de construir y producir para beneficio de todos y muy en especial, será una manifestación de libertad en el sentido más alto de la palabra

Así que, no sólo es injusto lanzar sobre nuestra juventud la responsabilidad del deterioro ético y moral que prevalece en esta sociedad decadente al comenzar el siglo veintiuno, sino que en todo caso debemos contar con los jóvenes como protagonistas principales en cualquier intento serio por transformar esta sociedad y elevar la calidad de vida en general; y quién sabe si ello acaso, deba estar precedido por una disculpa de los mayores por la sociedad tal maleada que le están entregando.

Reconozcamos, finalmente, que más allá del grado de responsabilidad real o ficticia que se asigne a un sector o grupo social, ética y moral no son sino manifestaciones de tipos determinados de ordenamientos sociales. La ética, la moral y los principios no surgen por generación espontánea, sino que sintetizan valores predominantes en una u otra sociedad. El deterioro ético y moral, por lo tanto, es fiel reflejo del deterioro social general.

Falta ver aún con cuánta voluntad contamos, cuánta es nuestra disposición para agarrar el toro por los cuernos, cuán dispuestos estamos a no conformarnos con la denuncia superficial. La crítica al deterioro moral y ético puede ser, después de todo, una tarea poco complicada. Lo complejo, lo que es una prueba de fuego, es lanzarse a la lucha por la transformación social que genere una ética y una moral superiores.

Seamos jóvenes, rejuvenezcamos nuestro pensamiento y nuestra acción. Disipemos las brechas generacionales que nos fragmentan y distancian. Si a alguien hubiera que criminalizar, criminalicemos a un modelo social que da muestras claras de decadencia e incapacidad. Forjemos todos y todas, más allá de diferencias generacionales y de otro tipo, esa nueva ética y moral, que es como decir ese nuevo País, esa nueva Nación.

*Versión revisada (2010) de la ponencia presentada originalmente el 19 de febrero de 1999, en el “Segundo Diálogo sobre la situación sociomoral en Puerto Rico”, auspiciado por la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto Metropolitano. Mantiene una gran vigencia en la actualidad.

¿Es el narcotráfico un problema político?

¿Es el narcotráfico un problema político?

Para muchos el narcotráfico es principalmente un problema policiaco. Otros reconocen que es una situación con profundas raíces económicas y sociales. Hay quienes insisten en consideraciones morales, éticas o religiosas.

¿Se tratará también de un problema político? Veamos.

En Puerto Rico no se produce cocaína ni heroína. Son muy pocos los sembradíos de marihuana y ha de haber uno que otro laboratorio para producir drogas “químicas”. En general la droga en Puerto Rico es un “producto de importación”. (Al igual las armas, que llegan por miles cada año.)

El narcotráfico en Puerto Rico se da en dos dimensiones complementarias: para consumo interno y como peaje hacia otro país. El grueso de la droga que llega acá tiene como destino final el mercado de 40 a 50 millones de usuarios en Estados Unidos (el mercado más numeroso del mundo).

Dice la Policía que sólo un 15 por ciento de la droga se queda aquí para satisfacer la clientela puertorriqueña, compuesta por decenas de miles de personas. Del otro 85 por ciento, apenas el 15 por ciento es ocupado por la Policía y el restante 70 por ciento sigue rumbo al Norte.

Los narcotraficantes de América del Sur han identificado a Puerto Rico como una ruta segura de su producto hacia el mercado estadounidense. Han leído libros de historia y conocen la relación política y legal de nuestro País con Estados Unidos. Saben que una vez situada la droga en nuestro territorio (“Puerto Rico, USA”), lo demás es relativamente fácil.

Mientras tanto, el espacio aéreo, marítimo y terrestre de Puerto Rico está bajo el control absoluto de las autoridades estadounidenses. Ellos deciden qué entra, quién entra, qué sale y quién sale de Puerto Rico. Controlan puertos y aeropuertos. El Pueblo puertorriqueño carece de absolutamente de poderes para proteger su espacio aéreo, marítimo y terrestre.

La Policía interviene con el narcotráfico cuando la droga ha entrado al País.
La responsabilidad primaria de que drogas y armas entren a Puerto Rico es de los Federales. Han demostrado su incompetencia por décadas. Son eficientes a la hora de atrapar dominicanos “ilegales”. Pero el 85 por ciento de la droga enviada por los narcotraficantes llega, entra y sale impunemente.

Podríamos preguntarnos: Si la relación política de Puerto Rico con Estados Unidos fuera una entre países soberanos y no de subordinación colonial, ¿no desalentaría eso el uso de nuestro País como ruta hacia el mercado de la droga en el Norte? Y si fuéramos nosotros quienes custodiáramos nuestro espacio aéreo, marítimo y terrestre, ¿no seríamos más eficientes que los federales, por aquello de que nadie cuida mejor su casa que el dueño de ésta?

¿Hay o no hay una razón política en el problema del narcotráfico? Evidentemente que sí. La que provoca la condición colonial prevaleciente. Ésta se une a las otras razones mencionadas arriba y permite comprender mucho mejor la naturaleza real del problema que nos aqueja.

¿Qué le parece?  

Los asesinatos 18 años después

En enero de 1993 hubo en Puerto Rico 104 asesinatos.

Pedro Rosselló González había juramentado como gobernador, tras la victoria electoral del PNP en noviembre de 1992.
 
La reacción del gobernador entrante fue convocar a una sesión extraordinaria de la Asamblea Legislativa para considerar la seria situación y ofrecer soluciones. Dicha sesión se llevó a cabo el 11 de febrero de 1993.

Allí Rosselló ofreció a la Legislatura y al País su propuesta de “mano dura contra el crimen”, o sea, la visión policiaca del enfrentamiento a la violencia y el crimen.

Entre las medidas propuestas por Rosselló estaba la activación de la Guardia Nacional, armar hasta los dientes a la Policía, la aprobación de leyes más punitivas, la construcción de más prisiones, la celebración de un referéndum para eliminar el derecho absoluto a la fianza y aumentar el número de jueces en el Tribunal Supremo y una virtual declaración de guerra al “criminal”.

Se activó la Guardia Nacional, se requetearmó a la Policía, se construyeron nuevas prisiones, se aprobaron leyes más duras, se realizó el referéndum y lo perdió y estamos en guerra desde entonces.
Han pasado 18 años desde entonces.

En enero de 2011 hubo 110 asesinatos.

Luis Fortuño y el PNP controlan el Gobierno. Son fieles creyentes de la política de mano dura. Defienden la visión policiaca con gran vehemencia. Son fieles seguidores de lo expresado por Rosselló en su discurso del 11 de febrero de 1993.

La Guardia Nacional está movilizada y acompaña a miembros de la Policía hasta para dar un boleto de tránsito. La Policía está armada hasta los dientes. Realiza acciones conjuntas con el FBI, la DEA y el Homeland Security. El PNP controla el Tribunal Supremo.

Muchos de quienes asesinan o quienes son asesinados no habían nacido en 1993, acababan de nacer, o apenas aprendían a caminar.

¿Qué no se ha hecho, o que se ha hecho mal de 1993 a enero de 2011, que nos seguimos matando los unos a los otros—no sólo los de los puntos sino cualquiera de nosotros—?

¿No será que desde un principio se ha aplicado la medicina equivocada, esa que llaman política de mano dura, pues estamos ante un problema que no es meramente policiaco sino profundamente social, económico y humano?

¿No es hora ya de que el Gobierno reconozca la naturaleza real—compleja y diversa— de este problema que nos golpea a todos y todas, y se disponga a asumir la responsabilidad que le corresponde?

¿O se conformarán Fortuño y el PNP con convocar nuevamente a una sesión extraordinaria de la Legislatura?

Por cierto, el número de personas asesinadas entre 1993 y 2010—los años de la “política de mano dura” de Rosselló y Fortuño y del “castigo seguro” de Aníbal—asciende a por lo menos 14,353, según cifras oficiales de la Policía. Las cifras más elevadas son precisamente 1993 (954), 1994 (995) y 2010 (987).

martes, 18 de enero de 2011

Los boricuas y las guerras de EUA

Acaban de llegar al País los cadáveres de dos puertorriqueños muertos en Irak. Estaban en ese país en calidad de soldados estadounidenses. En un país con el que el Pueblo puertorriqueño no tiene ni ha tenido ningún conflicto que resolver.
Esos dos boricuas se suman a las decenas de otros que han muerto en Irak y Afganistán, en guerras que no tienen nada que ver con nuestros intereses; que son la exclusiva responsabilidad del gobierno de Estados Unidos.
 

Mientras llegaban esos dos cadáveres, se anunciaba que otros ciento sesenta puertorriqueños habían sido enviados a Afganistán. No sabemos cuantos de esos compatriotas perderán la vida o resultarán heridos del cuerpo y el espíritu defendiendo los intereses de Estados Unidos en esa región del planeta. 

Absurdamente, por un lado nos abruma la violencia y anhelamos que reine la paz en Puerto Rico y por otro envían a hijos e hijas de esta Patria a hacer la violencia a pueblos que nada nos han hecho. Luego, se dice que están cumpliendo con su deber, que son héroes y patriotas. En realidad—dicho esto con profunda tristeza—cumplen funciones de mercenarios. 

No tenemos porqué seguir sufriendo el espanto de la guerra en nuestros hogares. No tiene porqué haber viudas y huérfanos fruto de las aventuras de quienes quieren controlar el planeta entero. 

Si creemos en la paz verdadera, tenemos que oponernos firmemente a que un sólo boricua sea mandado a matar o morir en tierras extrañas, sólo para defender los grandes intereses del petróleo y el armamentismo. 

Tan sencillo como eso. Tan serio como eso.


UPR: más allá de los 800 dólares


Si el conflicto que ha enfrentado la Universidad de Puerto Rico (UPR) durante los pasados meses se limitara a la cuota de 800 dólares anuales impuesta por la Junta de Síndicos,  hubiera bastado una pequeña dosis de buena voluntad y posiblemente el mismo se hubiera resuelto hace tiempo. Si fuera sólo una cuestión de aritmética presupuestaria, de algún lado hubiera salido un punto medio, alguien hubiera propuesto una salida airosa para todos, una solución. Bastaría con evaluar seriamente las numerosas ideas presentadas por estudiantes y docentes y ahí estarían muchas de las alternativas viables.
El problema es que el problema va mucho más allá de una cuota compulsoria o de limitaciones presupuestarias. Para los enemigos de la Universidad, el problema es la Universidad misma; lo que ha significado y representado por décadas para nuestra nacionalidad y cultura; su condición de patrimonio nacional, de baluarte del debate de ideas y escenario de luchas reivindicativas.
Para esos, el problema es la Universidad que  ha cobrado forma trabajosamente desde la crítica, la militancia, el compromiso con el conocimiento, las ideas y el País; a contrapelo de la universidad que desde la fundación misma quiso imponerse, donde reinara la paz de los sepulcros, y estudiantes, profesores y trabajadores no pasaran de ser un dócil rebaño que se manejara al antojo de un puñado de burócratas impuestos por el gobierno colonial de turno.
El atropello presupuestario desatado por la administración Fortuño-PNP contra la UPR  va dirigido precisamente a hacer daño a la Universidad, a achicarla en sus perspectivas y alcance social y en el peor de los casos a destruirla. Ya sea por vía de la privatización o incluso de su disolución progresiva.
Para los anexionistas-fascistas la Universidad de Puerto Rico es un enemigo poderoso. Están convencidos de que tienen que vencerlo—que implica no dejar piedra sobre piedra—para que puedan avanzar sus planes de descomposición de la sociedad en su conjunto, para luego hacer realidad sus sueños ancestrales. Sueños que son pesadillas.
Los anexionistas-fascistas odian la UPR; no la soportan. Por eso se esmeran tanto en criminalizarla, en insultarla y estigmatizarla. Le espantan los universitarios. Le huyen al debate de ideas, y a la irreverencia y el atrevimiento juvenil, como el diablo a la cruz. Les apesta la democracia, la participación, la divergencia, la honestidad y el compromiso social que florece en la Universidad, cuando surge como universidad verdadera.
Por eso se sienten tan cómodos y seguros en una universidad ocupada por la policía, controlada por decretos draconianos, sometida a una camisa de fuerza. Se sienten confortables precisamente cuando la Universidad deja de serlo, para convertirse en un cuartel, en un centro de detenciones, en un espacio sitiado lleno de edificios que pierden toda razón de ser.
Por consiguiente, el problema real que mueve a estos personeros de la maldad y la perversión, es uno de naturaleza ideológica, de alcance paradigmático, de visión de mundo Se manifiesta en la Universidad, pero va dirigido contra a todo el País, lo mismo contra el Corredor del Noreste que contra el Colegio de Abogados, el Gasoducto del Norte o los empleados públicos.
El problema de la Universidad es uno de alcance nacional, totalizador. Por eso los anexionistas-fascistas han volcado tanta represión, tanta propaganda y tanta intolerancia contra la UPR y la comunidad universitaria. Por eso  el asunto de la cuota no se ha resuelto. Porque para ellos es  un “asunto de principios” domesticar y humillar a los universitarios y al Pueblo todo. Por eso  la más sensata de las propuestas financieras se estrella una y otra vez contra la insensatez y la intolerancia de los brutotes. Por eso la Fuerza de Choque se ha convertido en su representante por excelencia, para golpear y maltratar, no para negociar y acordar, que no está en sus planes.
Existe una contradicción irreconciliable entre los intereses fundamentales de nuestra juventud y nuestro Pueblo, y lo que pretenden los anexionistas-fascistas. Irreconciliable. Nadie se llame a engaño. Ese es el gran problema.









La violencia, un problema social

Las autoridades policiacas reconocen que más de la mitad de los asesinatos cometidos en el País no tienen que ver con el narcotráfico, con guerras entre puntos de drogas o luchas entre delincuentes. Que en más de la mitad de los casos, tanto la víctima como el victimario son gente común y corriente. De esa forma están admitiendo que no estamos principalmente ante un problema policiaco, sino ante un problema de profundas raíces sociales.

Hay ejemplos elocuentes que confirman esa realidad. Uno de ellos es la tragedia ocurrida en el municipio de Florida, donde una persona prendió fuego a su familia matando a cinco de ellos; y, más recientemente, el médico a quien acusan de haber tomado la justicia en sus manos en relación al asesinato de su hijo.

La violencia se manifiesta de muchas formas. No sólo en la lista interminable de asesinatos. Hay violencia en la calle, en los centros de estudio y de trabajo, en los hogares, en la manera como nos comunicamos, lo mismo en persona, que en teléfono o por computadora. Hay violencia desde el Gobierno, en la Universidad, en cada sitio.

A la violencia suelen acompañarle la intolerancia, la insensibilidad, el desprecio. Estos comportamientos se van convirtiendo en modos de vida “normales”.

¿Quiénes son los violentos? Cualquiera de nosotros, quienes vivimos en este País tan golpeado por la violencia y la intolerancia. No es un asunto de buenos y malos. Es una enfermedad que nos golpea a todos y todas, a quienes se nos ha  contaminado casi desde que nacemos con las formas violentas de comportamiento social, como si tal cosa.

Son muchos más los actos de violencia de los que sólo se enteran los involucrados, que los actos de violencia que se convierten en delitos, porque se radica una querella o una acusación.

Porque en su origen se trata de un profundo problema social y no de un problema policiaco, no es al Superintendente José Figueroa Sancha ni a ninguno de sus coroneles, a quienes corresponde ser la fuente del análisis esta situación, mucho menos quienes propongan soluciones, que en su caso no pasarán de ser medidas policiacas inefectivas.

¿Qué tienen que decir el Departamento de la Familia, el Departamento de Educación, la Oficina de la Juventud, las Procuradorías de la Mujer y del Envejeciente, el Departamento de Trabajo, Recreación y Deportes, el Departamento de Salud, entre otras agencias del Gobierno?

Nuestra aspiración debe ser promover la cultura de paz, la cultura de tolerancia, la cultura del respeto al otro y la otra.  No una vez al año, sino a cada instante. Es cosa de empezar. Más nos vale empezar. Nos va la felicidad y la vida en esta situación insoportable. Mientras el Gobierno y la Policía reciclan fórmulas desacreditadas, la población está obligada a forjar esas formas superiores de hacer de Puerto Rico un lugar en el que se pueda vivir . VIVIR.

jueves, 13 de enero de 2011

Indignación


Fue una experiencia indignante, de esas que uno nunca hubiera imaginado que habría de tener. De las que activa los sentimientos más profundos y encontrados.

Eran cerca de las dos de la tarde de este jueves, 13 de enero. Completaba una mis escasas y breves visitas a la Facultad de Ciencias Sociales en estos días de huelga, confrontación e intolerancia. Acababa de entrevistarme con varios alumnos en uno de los pasillos, para cuadrar trabajos pendientes y ofrecer alguna despedida digna del semestre académico.
Al bajar, noté una aglomeración de estudiantes y periodistas, en el espacio libre bajo la Escuela de Trabajo Social. Reinaba un ambiente de camaradería y tranquilidad, en medio de tanta tensión.

Decidí irme. Pero al entrar al auto, divisé a la distancia, frente a los quioscos de Sociales, la imagen inconfundible de los salvajes de la Fuerza de Choque. Inevitablemente me acerqué, de prisa.

El espectáculo parecía increíble, sino hubiera sido porque estaba sucediendo. Decenas de fuerzas de choque cuadrando frente a la Facultad de Ciencias Sociales, frente al busto de Betances, el Padre de la Patria. Luego, entrando a los pasillos de la Facultad, como dueños y señores de la situación; prestos a arremeter contra los muchachos y muchachas que estaban allí cerca. Haciendo alarde de toda su parafernalia, guapeteando, como tropa de ocupación, como horda fascista que son.

Sentí muchas cosas, humillación, consternación, indignación, coraje, mucho coraje. No me sentí impotente porque no estuve dispuesto a guardar silencio, sino que increpé a todos cuantos pude, incluyendo al muy cínico teniente coronel Rubí, a cuanto policía se me acercó o me le acerqué. No porque pretendía hacer alarde de valentía, ni mucho menos. Porque quise o sentí que tenía que ser Hostosiano y Betancino en aquel momento en el que cualquier cosa menos la indiferencia o la resignación eran admisibles.

Luego supe, por la radio, de las agresiones y arrestos renovados; de los abusos de estos salvajes. En todo caso, me sentí orgulloso de mis queridos estudiantes universitarios y universitarias, que están dando cara por la dignidad y el decoro de la Nación.

Aquí les dejo, junto con estas letras llenas de indignación, alguna evidencia gráfica  que pude tomar de esos minutos indeseables.

Porque no se valen el silencio, ni la indiferencia, ni la conformidad. Porque es un atropello imperdonable. Porque ni perdonamos ni olvidamos.
















martes, 11 de enero de 2011

Discurso presentado en el acto de recordación por el 172 aniversario del natalicio de Eugenio María de Hostos

Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH)

Discurso presentado por Julio A. Muriente Pérez, Copresidente del MINH, en el acto de recordación por el
172 aniversario del natalicio de Eugenio María de Hostos
Centro Cultural de Mayagüez
10 de enero de 2011

Compañeras y Compañeros:
Queridos Compatriotas:

Parecería un ejercicio rutinario, llegar a Mayagüez cada once de enero—en este caso el día diez, por causas que impone el almanaque— a rendir homenaje al patriota Eugenio María de Hostos, nacido aquí el 11 de enero de 1839; hace ya ciento setenta y dos años.

O venir a recordar al querido compañero Juan Mari Brás, y a quienes, junto a él, fundaron el Movimiento Pro Independencia (MPI) el once de enero de 1959; hace ya cincuenta y dos años. Y consignar a su vez que diez días antes, el primero de enero de 1959, triunfó la Revolución Cubana, que acaba de cumplir cincuenta y dos años contra viento y marea, sin dejar de ser ni por un instante el principal aliado internacional de la lucha de independencia de Puerto Rico.

Fue precisamente el primero de enero de 1804—para que lo tengamos presente— que se proclamó la primera república en Nuestra América, correspondiéndole el honor al hermano pueblo haitiano, vencedor en el campo de batalla de los ejércitos republicanos e imperiales de Francia.

He dicho que nos corremos el riesgo de la rutina, de la repetición, de la mera formalidad.

Pero digo también que ese riesgo se disipa, cuando la convocatoria que nos ha traído hasta aquí esta tarde, de este diez de enero, no se conforma ni mucho menos con el ejercicio nostálgico, con el recuerdo triste del pasado, o con la evaluación fría y distante de quienes nos han precedido.

Aquí no venimos meramente a recordar a Hostos, a Mari Brás, al MPI, a la Revolución Cubana o al heroico pueblo de Haití. Éste no es un acto protocolar; este es un encuentro de luchadores y luchadoras que reafirman aquí una lucha más que centenaria por la independencia de Puerto Rico. Lucha de la cual son militantes distinguidos Eugenio María de Hostos, Juan Mari Brás y los cientos y miles de hombres y mujeres responsables de que hoy podamos afirmar la Nación puertorriqueña, sin titubeo, con orgullo y profundo patriotismo.

Venimos a rendir homenaje a quienes han dado la cara por el País en este año que ha finalizado y la siguen dando en el presente. A los miles de ciudadanos de las comunidades que con extraordinaria capacidad organizativa y con singular sensibilidad se organizan para luchar en favor del ambiente, para luchar por su tierra, por la salud y por la integridad territorial de nuestra Patria. A la gente del Caño de Martín Peña, de Villa del Sol, del Corredor del Noreste, de Adjuntas, de Utuado, de Toa Baja, de Arecibo… A quienes defienden nuestra tierra, nuestra atmósfera, nuestros cuerpos de agua, nuestros mares. A quienes combaten con ahínco los supertubos de la muerte, los incineradores que contaminan, los acaparadores de nuestras playas y nuestras tierras.

Venimos a rendir homenaje a nuestros jóvenes universitarios, a nuestros valientes muchachos y muchachas, que aseguran con su conciencia traducida en acción concreta la continuidad de esta lucha redentora y que precisamente mañana reanudan un proceso huelgario justo que merece todo nuestro apoyo activo. Nuestros jóvenes que no son, como dicen algunos, la esperanza del futuro. Que son la esperanza del presente.

Unos y otros, unas y otras, son hostosianos y hostosianas ejemplares. Hoy Eugenio María de Hostos está junto a ustedes, en la marcha y el piquete, en la huelga y en el enfrentamiento contra los salvajes de la Fuerza de Choque, en la asamblea, el análisis y el estudio de cada asunto que les hará más cultos y más libres.

Venimos a rendir tributo a la Madre Tierra, aposento, fuente de riqueza, escenario del desarrollo de nuestra sociedad, de nuestra historia; tierra emergida cargada de recursos innumerables y de belleza que tenemos que proteger y defender celosamente, porque es la única que tenemos, porque significa la vida y el porvenir; porque ha sido amenazada, maltratada y agredida desde siempre o desde casi siempre, porque es el lugar, el único lugar que poseemos para edificar el Puerto Rico del porvenir, para felicidad de nuestro Pueblo.

He dicho  que Hostos, Juan Mari Brás y la legión de patriotas son, no que fueron; que están, no que estuvieron.

Es que, la grandeza de esos grandes hombres y mujeres radica, justamente, en que nunca dejan de estar, siempre están presentes porque su vigencia, su pertinencia, es permanente e incluso se agranda con el pasar del tiempo.

Unos y otros son nuestros contemporáneos..!

La vida, la obra y el ejemplo de Eugenio María de Hostos a las alturas del inicio de la segunda década del siglo veintiuno, no sólo está vigente y es pertinente.

Su vida, su obra y su ejemplo son profunda y urgentemente necesarios en este momento de nuestra vida como Pueblo y Nación.

Entre tantos papeles y notas que se van acumulando, he encontrado unos apuntes de la Asamblea Extraordinaria que celebró el Movimiento Independentista Nacional Hostosiano (MINH), el 24 de agosto de 2008, en Toa Baja. Me he topado allí con un resumen de la intervención hecha por el compañero Juan Mari Brás; palabras sabias y premonitorias, expresiones de un hostosiano sin par, que nos conviene atender, como lección que debe orientar nuestros pasos.

Nos advertía Juan entonces que, “Estamos perdiendo la sensibilidad y el sentido de proporción sobre la situación del País”. Nos decía que “el País se va hundiendo, entre insultos y diatribas”; que “el debate político se ha reducido a pugnas electorales, que no van al fondo ni ofrecen soluciones”. Señalaba con profunda inquietud y preocupación, que todo esto es una “jugarreta letal”; una “cháchara politiquera que nos divide”. Aquel día, nos convocaba Juan a generar un “renacimiento” de la lucha social, de la cultura, del respeto y aprecio a los hombres y mujeres de este Pueblo.

Ese renacimiento de nuestra humanidad colectiva que reclamaba Juan Mari, a la vez preocupado y ansioso, resulta indispensable si es que queremos que haya Patria donde construir una Nación en el sentido pleno de la palabra, independiente y soberana, en el porvenir.

Ese renacimiento, para que pueda darse, requiere de hombres y mujeres comprometidos y comprometidas, tanto con la causa de la independencia nacional, como con los valores y principios que anidan en cada uno de nosotros y nosotras y en la inmensa mayoría de nuestros compatriotas

¿Tendremos acaso, nosotros y nosotras, la capacidad de forjar a esos hombres y mujeres del siglo veintiuno puertorriqueño, cuya tarea ha de ser liberar al País de la inmundicia, de la mediocridad, de la pobreza de espíritu, de la incultura, de la insensibilidad y la soberbia?

¿Están los arquitectos de ese renacimiento en las comunidades que valientemente enfrentan el intento de instalar el tubo de la muerte y otras agresiones, y a quienes dedicamos este acto?

¿Han de ser los queridos jóvenes a quienes también dedicamos esta actividad, los continuadores de este desigual y complejo proceso por hacer de Puerto Rico un mejor país y de nuestro Pueblo un mejor pueblo?

No respondamos de inmediato.

Reflexionemos, más bien, cómo han de ser ese hombre nuevo, esa mujer nueva, esos maestros de obra, forjadores del porvenir. Busquemos en derredor, modelos a seguir, vidas que nos iluminen, que nos orienten en esa dirección liberadora.

Detengámonos ante la figura de Eugenio María de Hostos. ¿Qué opinan sus continuadores, sus alumnos, sus biógrafos, sobre su vida, su obra y su ejemplo?

Unos y otros han descrito a Hostos de esta diversa manera:

Profeta; Hombre futuro; Hombre íntegro; refugio y amparo moral; doble culto de la libertad y la justicia; conciencia moral de la Patria; patriota en toda patria; apóstol de la educación; el más universal de los pensadores puertorriqueños, paradigma del decoro y patriotismo; uno de los forjadores de la conciencia americana; jurista, educador, moralista, demócrata; humanista impar; sabio; la voz más progresista de su tiempo; libertador; antillanista; abocado a la tarea de “formar hombres y mujeres en toda la excelsa plenitud de la naturaleza humana”; cuyo norte fue “enseñar a pensar, como camino para lograr la libertad superior sin la cual no es dable la realización consciente de otras libertades”; revolucionario. (…)

Ese es aquel de quien el gran poeta-patriota de Ciales ha dicho, en la Alabanza a la Torre de Ciales, lo siguiente:

Entre dos siglos, de pie, a ver alcanza
Más allá de las letras y las armas.
Nos mira ahora. Nos ve después. Nos ama
Y nos enseña y nos proclama
La verdad más redentora y exacta.

Ese es aquel que confesara alguna vez que, mi “…idea dominante, mi único amparo, mi fe, mi esperanza, mi amor, mi fortaleza (es) la idea de la gran patria del porvenir en toda América Latina, la religión de la patria americana y del deber”.

Y del deber.

La gran patria del porvenir de toda América Latina.

¿No sigue siendo esa nuestra gran aspiración, a las alturas del siglo veintiuno? ¿No soñamos acaso con el día en podamos unirnos en igualdad de derechos y deberes con los pueblos hermanos de América Latina y el Caribe que hoy encabezan una lucha sin par, en Venezuela, Nicaragua, Cuba, Bolivia, El Salvador, Uruguay, Brasil, Ecuador? 

¿No será acaso este hombre futuro, este Hostos nuestro, fuente que nos nutra en este momento de nuestra historia, en que los indecorosos intentan destruirlo todo; cuando se requiere  con urgencia una inmensa dosis de decoro, de honradez, de patriotismo, como el que Hostos nos ha brindado y nos sigue entregando hoy?

¿No es cierto acaso que si en algún momento de nuestra historia nacional han tenido vigencia y contemporaneidad la prédica hostosiana, es precisamente en este momento en el que los cruzados de la maldad y la intolerancia pretenden que el País se hunda en el insulto, en la diatriba, en la frivolidad y la cháchara politiquera que nos divide, que nos disminuye, como advertía el compañero Juan Mari Brás?

¿No es cierto acaso, que hoy están más presentes y son más necesarios que nunca, esos hombres y mujeres que nos han enseñado a pensar y a sentir por esta Patria; a quienes sobre todas las cosas les distinguió la sensibilidad humana y social, la pulcritud de sus vidas, el respeto y el amor, su decencia, su bondad y su nobleza, su ética elevada y sus principios inclaudicables?

¿No es cierto acaso que hoy están más presentes que nunca y que son más necesarios que nunca, en esas comunidades heroicas, junto a estos jóvenes maravillosos, Eugenio María de Hostos, junto a Ramón Emeterio Betances, Pedro Albizu Campos, Juan Mari Brás, Lolita Lebrón, Filiberto Ojeda Ríos y tantos otros extraordinarios compatriotas?

Preguntémonos: ¿Presentes y necesarios para qué?

Primero que todo, para garantizar la existencia y la jntegridad de la Nación puertorriqueña.

La existencia y la integridad.

Hemos dicho en reiteradas ocasiones, que el colonialismo constituye en su origen, una relación irreconciliable de naturaleza existencial. Es decir, la intención del colonizador no se limita a saquear las riquezas del territorio ocupado, o a explotar la fuerza de trabajo del pueblo colonizado, o a imponer su presencia militar. Va más allá. La potencia colonial pretende desconocer la existencia misma del pueblo dominado y lo reduce a cosa de la que puede disponer a su antojo.

El colonialismo, entonces, se fundamenta en el desprecio a la dignidad humana, en la falta de respeto y consideración, en el ninguneo colectivo de pueblos enteros. La intención es achicarlos, quebrar su autoestima, hacer que se sientan avergonzados, inferiores, incapaces; lograr que el dominado esté siempre a merced del dominador, que se sienta incapaz de levantarse sobre sus propios pies y que pueda caminar libremente.

Lo primero que un pueblo humillado por el colonialismo libera, es su dignidad y su decoro. Podrá pasar mucho tiempo antes de que logre liberar su tierra, su economía y sus riquezas. Podrá estar sometido a la ocupación militar por mucho tiempo. Podrá ser objeto de represión y abuso. Pero en el momento en que aflora en ese pueblo dominado, la voluntad de ser él mismo, diferenciado de todos y sometido por nadie; en el momento en que surge con fuerza la indignación por la humillación y el desprecio sufrido; en ese momento ese pueblo comienza a ser libre; irreversiblemente libre.

Ya lo decía el Gran Laborante, el Padre de la Patria Ramón Emeterio Betances, que querer ser libre es comenzar a serlo. Querer ser libre, que significa, además, la seguridad de que podemos serlo, de que tenemos el derecho a serlo; de que vamos a luchar y estamos luchando por serlo.

Esto lo afirmamos al mundo, justamente al conmemorarse el cincuenta aniversario de la Resolución 1514 (XV) de la ONU, conocida como la Carta Magna de la Descolonización; al concluir la Segunda Década por la descolonización proclamada por la ONU y cuando se anuncia la promulgación de una Tercera Década por la erradicación del colonialismo.

Estimados y estimadas compatriotas,

¿Por qué hemos insistido en esta tarde en consideraciones éticas y morales; por qué esa preocupación nuestra por la dignidad, por el decoro, por la moral y los sentimientos; por el renacimiento de nuestra Patria?

Hubiéramos podido concentrar nuestra atención, en los efectos concretos de la nefasta Ley 7; o en el desempleo galopante; en los cientos de miles de boricuas que han tenido que abandonar el País en la década pasada; en el intento de destrucción del Colegio de Abogados o la Universidad de Puerto Rico; en los casi mil ciudadanos asesinados en el año 2010 y la violencia desenfrenada que sufrimos; en los abusos cometidos por la Fuerza de Choque contra estudiantes y ciudadanos; en las tierras del Corredor del Noreste amenazadas nuevamente por los mal llamados desarrollistas; en los boricuas  que siguen muriendo en las guerras de Irak y Afganistán; en la ocupación policiaca de la Universidad; en la movilización de la guardia nacional para realizar operativos policiacos; en la progresiva federalización del País; en la toma del Tribunal Supremo los anexionistas; en la corrupción y la mediocridad enclavadas en el Gobierno; en la Legislatura plagada de vividores; en el intento de imponer el tubo de la muerte en perjuicio de la población y de nuestra geografía; en la manipulación de los planes de ordenamiento territorial para beneficio de unos pocos; en el afán destructivo de imponer el discurso del anexionismo en cada esquina del País; en el desmadre privatizador y la entrega de nuestro patrimonio a los grandes intereses foráneos; en el desastre existente en áreas tan neurálgicas como Salud y Educación; en el desplome de un modelo económico desgastado e inservible…

El catálogo del desgobierno es interminable…

Somos conscientes de que 2010 ha sido un año terrible. Un año en el que los enemigos de nuestro Pueblo han mostrado sus garras con maldad singular, con deseos inocultables de hacer daño; con la pretensión de que pueden disponer a su antojo del País, sus instituciones, sus valores, sus historia y cultura, y no dejar piedra sobre piedra, para desde la nada edificar la monstruosidad que han acariciado por tanto tiempo.

Si les llamo enemigos, es porque eso es lo que son para este Pueblo, enemigos.

Con cálculo y premeditación, el gobierno de Fortuño y el PNP ha ido golpeando al Pueblo y sus instituciones por todos los costados, simultáneamente, con la evidente intención de provocar una consternación general, con el propósito de abrumarnos y de inmovilizar al País, de neutralizar nuestra capacidad de lucha y resistencia. No ha sido otra cosa que la aplicación concertada de la llamada política de chock, dirigida a arrasar todo cuanto resulte amenazante a sus intereses, para luego imponer su voluntad impunemente.

Lo han estado haciendo durante los pasados dos años, con torpeza, con rabia, con mala voluntad, con odio. Con maldad. Porque, más allá de su condición de anexionistas, el gobierno Fortuño-PNP encarna la maldad, la perversión y la falta de escrúpulos. Por eso tampoco exageramos cuando les llamamos fascistas. Su maldad viene acompañada de arrogancia e intolerancia. También de mediocridad e incompetencia. Pero asimismo de una cierta inteligencia maligna, cargada de cinismo e insensibilidad.

Es la misma maldad que han aplicado una vez más las autoridades carcelarias estadounidenses contra el querido compañero Oscar López, cuya liberación ha sido negada a pesar de los casi treinta anos que ha estado en prisión por el delito de luchar por la independencia de su Patria.

Insisto: el análisis que hagamos sobre cada uno de los elementos que han caracterizado estos dos años insufribles, tiene que partir de la premisa de que quienes desde el gobierno quieren hacer pedazos a Puerto Rico son, primero que todo y sobre todo, gente mala, indecorosa, perversa, inescrupulosa.

Precisamente, por eso resulta tan importante que, para enfrentarles, nos nutramos del pensamiento hostosiano, fuente de bondad y compromiso patriótico, paradigma del Puerto Rico digno al que aspiramos.

Es desde la bondad y el decoro, desde la honestidad, la nobleza y la solidaridad humana, que iremos haciendo realidad el renacimiento al que nos convocara el compañero Juan Mari Brás.

Es desde la bondad, la solidaridad, el decoro y la dignidad que seguiremos tomando la calle, junto a los hermanos y hermanas de las comunidades, para impedir que se imponga la pesadilla del tubo de la muerte; que estaremos junto a nuestros jóvenes universitarios, fuente fascinante de transparencia y patriotismo, en la lucha por nuestra Universidad.

Con profundo espíritu hostosiano llevaremos el mensaje de independencia para Puerto Rico a los confines del planeta, a donde iremos a brindar y a recabar solidaridad. Como lo hicieron Hostos y Betances, como lo han hecho los luchadores de los siglos veinte y veintiuno. 

Es desde esa dimensión superior del desarrollo humano, amplio, diverso, genuinamente democrático y participativo, que durante el año que comienza daremos tantas batallas como tengamos que dar, en defensa de nuestra tierra y  de nuestros recursos naturales, en respaldo a nuestro pueblo trabajador, en apoyo a las instituciones que son trincheras de dignidad y patriotismo, como lo son el Colegio de Abogados, Casa Pueblo, Casa Aboy y el Ateneo Puertorriqueño, entre otras.

Siendo este 2011 año preelectoral, y estando ante nuestra consideración diversas propuestas independentistas, expresamos nuestra esperanza de que brillen la sensatez y el patriotismo, que nos permitan constituir una alternativa electoral unitaria, que contribuya al crecimiento y desarrollo del movimiento independentista en su conjunto. En un esfuerzo como ese, pueden contar con nosotros y nosotras.

Mientras tanto, hay que seguir organizando, y educando, y convocando, y sumando voluntades. Y luchando, y tomando la calle, y levantando banderas, y mostrando a cada paso nuestra voluntad de optimistas irremediables, de creyentes con vocación firme y recia en una Patria digna y decorosa.

Es precisamente con nuestra voluntad de lucha patriótica y nacional, con lo que no han contado los cruzados de la maldad, los fascistas que quisieran que al Pueblo no le quedara otra opción que la resignación y la conformidad.

Pero están equivocados.

Desde la Isla Nena hasta Cabo Rojo, desde Arecibo hasta Ponce, lo mismo en Utuado, que en Adjuntas, Toa Baja o San Juan, vamos a dar  batalla. Con perseverancia inagotable. Conscientes de que, en pleno siglo veintiuno, somos los continuadores de una lucha más que centenaria, nada menos que contra la potencia imperialista más poderosa y agresiva de la historia. Reconociendo las mil dificultades que debemos afrontar. Confiados en que, tarde o temprano, vamos a prevalecer.

En esta hora de nuestra historia, no hay espacio para la resignación. No hay espacio para la indiferencia o el conformismo. No hay espacio para la frustración.

Es la hora del renacimiento de la defensa de nuestra Patria. Es la hora de la reafirmación  de nuestros principios y convicciones. Es la hora de la alegría y de la lucha. Aquí no hay brechas generacionales ni envejecimiento del espíritu. Aquí hay un Pueblo de todas las edades con un mismo propósito, con un mismo norte: la independencia de Puerto Rico, la justicia social, la dignidad, el decoro.

Porque somos hijos e hijas de Agüeybaná, de Hostos, de Betances, de Mari Brás, de Albizu, de Filiberto, de Lolita. Porque hemos derrotado al dios del miedo; porque no le tememos a los fascistas. Porque creemos que otro Puerto Rico es posible, y lo iremos edificando palmo a palmo. Porque creemos que la felicidad es la lucha, que la vida es lucha toda. Lo demás, lo demás es la victoria.

¡Queridos compañeros y compañeras, más temprano que tarde, vamos a vencer!

Este estado de ánimo, de renacimiento, de confianza, de optimismo y disposición a continuar enfrentando a los enemigos de la Patria, es el homenaje más digno que podemos ofrecer a Eugenio María de Hostos, a ciento setenta y dos años de su nacimiento. Con la inmensa alegría de que le tenemos, de que nos nutrimos de su vida, de su obra y de su ejemplo. Con la seguridad de que somos invencibles.

¡Gloria eterna al Maestro Eugenio María de Hostos!
¡Vivan nuestras comunidades en lucha!
¡Vivan nuestros estudiantes y la juventud puertorriqueña!
¡Gloria eterna a nuestros héroes y mártires!
¡Gloria a nuestra Madre Tierra, fuente de vida, asidero de la Nación!
¡Viva Puerto Rico libre!